Ángel Cabo ha sido una persona tan cercana y tan querida para los que hemos sido sus amigos, sus compañeros, las numerosas generaciones de sus alumnos y discípulos, que es difícil trascender el cariño y el respeto que le teníamos y le tenemos, y hablar de él como geógrafo.

Cabo fue uno de los grandes maestros de esa escuela ejemplar de geografía que empezó a trabajar al comenzar la segunda mitad del siglo XX, con Manuel de Terán y Lluís Solé Sabarís a la cabeza que, juntos, reunían el conocimiento de la geografía histórica y de la geomorfología. Ambos les convocaron a hacer una geografía de la Península Ibérica moderna, escrita enteramente por españoles y portugueses, alejada tanto de la geopolítica como del determinismo todavía latente en las regiones naturales; se basaba en la presentación a las distintas escalas (regional, comarcal y local) de lo que entonces se llamaba, sin complejos, la “relación entre el medio y el hombre”: exigía esforzado trabajo de campo, cámara en mano y mapas topográfico y geológico disponibles, y mucho tiempo de archivo.  El resultado, desigual e imprescindible, fue la Geografía de España y Portugal, de la editorial Montaner y Simón,  (la Geografía de Montaner la llamábamos nosotros) que se publicó entre 1958 y 1966. Luego vinieron las Geografía(s) Regional y General de España de 1968 y 1978 de la editorial Ariel: en la general Cabo escribía con magisterio la parte de agricultura y ganadería.

Y es que Cabo, discípulo de Manuel de Terán en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, y becario del Instituto Juan Sebastián Elcano de Geografía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, verdadera cantera en aquellos años de los geógrafos que ocuparían las cátedras por todas las Universidades españolas, había hecho sus primeras investigaciones sobre medios agrarios, como piezas de aquel mosaico de regiones geográficas que se proyectaba como verdadera geografía de España: la evolución del terrazgo de la Armuña salmantina (1957) y las formas del colectivismo agrario en la zamorana Tierra de Sayago (1956). Son los primeros hitos de lo que Valentín Cabero Diéguez, su primer y más cercano discípulo, llama las referencias más constantes de su trabajo, las llanuras meridionales del Duero y las penillanuras fronterizas, aunque también estudió el norte del campo gallego y el sur del campo extremeño.

Desde el primer momento, Cabo Alonso mostró una gran destreza en el descubrimiento y elaboración de fuentes agrarias como el uso sistemático de las respuestas generales y particulares del Catastro de la Ensenada, los libros de tazmías, los protocolos notariales, etc. Se erige también en uno de los mejores expertos de la evolución de la cabaña ganadera y de las formas colectivas tradicionales en que esta usaba el territorio. De la morfología de los terrazgos, pastizales, sernas, longueros,  campos cercados y campos abiertos, roturas de mieses, cañadas, dehesas, baldíos y yermos, de todo lo que significaba el campo castellano y su transformación histórica Cabo nos da ha dado una interpretación profunda enriquecida por la precisión y riqueza de vocabulario.

En 1964 ganó Cabo Alonso el concurso a la cátedra de Geografía de la Universidad de Salamanca, tras transitar como entonces era habitual por la enseñanza secundaria (en el colegio Estudio, por ejemplo), una escuela de comercio, y la cátedra de la Universidad de Granada que fue a la que opositó. Allí fundó un Departamento (y una escuela) de Geografía que ha dado muchos frutos. Era entonces la época dorada de la Facultad de Filosofía y Letras de Salamanca, con Miguel Artola, Manuel Fernández Álvarez y José María Blázquez, entre otros.  Todos fueron sus amigos entrañables y todos encarnaron, en mi opinión, la mejor y más fecunda relación de la historia y la geografía.

Quizá por eso, Artola, al proyectar la Historia de España de la colección Alianza editorial le encargó a Ángel Cabo el primer libro sobre lo que llamaron “Condicionantes geográficos”, de la historia, se entiende. Artola pensaba en esas realidades geográficas que por su “carácter estructural y permanente […] han condicionado, o determinado las posibilidades de acción de los habitantes”. Cabo no defraudó y escribió uno de sus libros más conocidos, que han leído estudiosos de muchas generaciones. En él se cuida mucho de señalar que en la historia de España han pugnado dos tendencias, centrípeta y centrífuga, en correspondencia con rasgos opuestos de la geografía física, la tendencia al aislamiento (un macizo central ibérico macizo) y la tendencia a la cohesión y unidad (la red de corredores naturales). En todo momento juega con esa dualidad de estímulos contrapuestos, que ya había invocado Terán en la Geografía de Montaner. De hecho, hay algo muy relevante en la introducción geográfica a la historia de Cabo: antepone la incidencia humana sobre el medio físico a la incidencia del medio físico sobre la historia. Una toma de postura que no todos los historiadores han querido entender.

De hecho su interpretación geohistórica la resumía muy bien Ángel Cabo en la Geografía General de Ariel: “Desde las rozas iniciales hasta nuestros días, el campo español ha pasado por tres distintas etapas: a la del remoto desarrollo agrícola sucede, a partir de la Reconquista, la de la protección ganadera, y a ésta desde finales del siglo XVIII, la del nuevo avance agricultor. Aunque diferentes en cuanto a preferencia, cultivadora o ganadera, por la utilización del suelo, coinciden, sin embargo, en la tendencia a agrandar sernas y pastizales a costa del monte y en que todas cierran su ciclo con una acusada contraposición entre pequeñas explotaciones de directo trabajo familiar y grandes fincas de única propiedad y trabajo indirecto.”

No creo que haya habido un geógrafo en España que haya sido objeto de tan unánimes simpatías como Cabo. Por la extraordinaria sencillez y generosidad con las que nos trató a todos y nos trasmitió sus muchos conocimientos, le recordaremos siempre.

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