Como el Rectorado (42 años de vida en UAM), también la Facultad de Filosofía y Letras a la que he pertenecido y pertenezco, organizó un acto de despedida de los que este año nos jubilábamos. También allí tomé la palabra para evocar los muchos años de enseñante. Cuando yo era niña, mi padre, catedrático de derecho, solía repetir aquel dicho del siglo pasado con la evidente y cariñosa voluntad de escandalizarnos: “Ser profesor de Universidad está muy bien, ¡si no fuera por la puñetera hora de clase!”. Es verdad que las clases, el tener que darlas, son a veces una obligación enojosa, sacrificada y casi siempre difícil, pero debemos admitir que es un privilegio el dar clase, que nos obligan a estudia, a convertir la extrañeza en convencimiento.

Este acto me ha hecho también recordar los años en que como Decana estuve a la cabeza de un grupo de universitarios que deseaban estimular la vida de la Facultad y renovar las Humanidades, eso que ahora se traduce pretenciosamente como buscar la excelencia. Quiero desde aquí rendir mi tributo de reconocimiento, cariño y admiración a quien fue Secretario de la Facultad mientras yo fui decana, y luego él a su vez Decano, Carlos Thiebaut, con quien compartí infinitos momentos de claridad y de borrosidad-como diría él-, quien me enseñó a ubicarnos en nuestro extrañamiento con mapas, tiempos y figurasCarlos, volverá.

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