Moscú 1976

He estado en junio de este año 2023 en un Congreso de la Comisión de Historia de la Geografía de la UGI (International Geographical Union), celebrado en Milán, con una post-conferencia en Venecia que culminó con una salida larga y maravillosa a la Laguna para que nos explicaran sus defensas. El tema del congreso era «Océanos y mares en el pensamiento geográfico» en el año dedicado por la ONU a los mismos. En el viaje de vuelta, me dediqué, sin saber muy bien por qué, a ordenar mis recuerdos y a reconsiderar mis experiencias en los congresos generales y conferencias regionales de la UGI, quizá porque me habían llamado la atención las diferencias y los contrastes advertidos entre esta última reunión y aquellas a las que fui en mis inicios.

Tengo que hacer dos confesiones previas: no he sido yo, entre los geógrafos españoles, una de las personas más asiduas a la UGI; sí lo fue mi querida amiga Roser Majoral, catedrática de la Universidad de Barcelona, que se fue en 2005, y quizá la persona que más contribuyó al acercamiento de toda la geografía española a este ámbito internacional. Una consideración similar merece mi otra gran amiga, Maria Dolors Garcia Ramon, una de las fundadoras de la comisión de Gender and Geography, e impulsora de múltiples iniciativas en el seno de la UGI, lo que le valió en 2016 recibir el premio Vautrin Lud, el más elevado de la geografía. La segunda confesión es que, cuando he asistido a los congresos internacionales, ha sido mucho más por motivos de oportunidad de viaje a lugares más o menos remotos con compañeros informados que por confiar en lo que de interés científico iba a encontrar en reuniones tan enormes. Solo he participado realmente con mucho provecho en las reflexiones de la Comisión de Historia del Pensamiento Geográfico. Con todo creo que mi experiencia puede tener interés, sobre todo por el tiempo vivido y los cambios acaecidos.

Maria Dolors García Ramon y Roser Majoral, geógrafas

Maria Dolors García Ramon y Roser Majoral, grandes impulsoras de la relación con la UGI,en el Congreso de La Haya 1996. (Foto JGM Roser muy movida, como se advierte, todavía fotografiábamos con cámaras.)

 

Los antecedentes del Congreso de Moscú 1976: contexto internacional y español

 

El primer congreso de la UGI al que yo asistí fue (nada menos) que el de Moscú de 1976, hace cuarenta y siete años, cuando yo estaba en mis primeros treinta, tenía un hijo de ocho años y una niña de cuatro y era adjunta interina de geografía, es decir, una de aquellos célebres profesores no numerarios (PNNs) que querían mejorar sus condiciones laborales en el sector público, pero también la universidad española en profundidad (¿o quizá no daba para tanto?). La AGE (Asociación de Geógrafos Españoles, ahora Asociación Española de Geografía, pero de idénticas siglas) acababa de nacer en un coloquio (lo llamábamos entonces) de geógrafos celebrado en Oviedo en octubre de 1975, memorable porque coincidía con las protestas por las últimas ejecuciones del franquismo y la agonía del dictador y de la dictadura. Memorable, también, a nivel disciplinar porque nos encontramos los geógrafos de dos generaciones, descubrimos que éramos más de los que pensábamos en aquel momento de masificación de las universidades, y que los ya doctores, pero «no estabilizados» en el plano académico, éramos fuertes por nuestro número. Se nombró entonces una comisión encargada de redactar los estatutos de la Asociación, a la que yo pertenecí. La presidía como promotor de la idea, Jesús García Fernández, catedrático de Valladolid[1].

Franco murió pocas semanas después, el 20 de noviembre de 1975, y empezó la transición a la democracia. Recuerdo muy bien la emoción con la que desciframos en Moscú durante el verano de 1976 la primera plana del Pravda, el diario soviético por excelencia, en que anunciaba que se iba a conceder la amnistía política en España, como ocurrió un año después. Tuvimos la sensación de que todo empezaba, que el futuro era nuestro. Otro elemento de contexto que puede ayudar a comprender esa época es que aquel mismo año se había publicado el libro de Yves Lacoste, La géographie, ça sert, d’abord, à faire la guerre (Maspero, 1976), que Nicolás Ortega había traducido como La geografía: un arma para la guerra. De forma provocadora, el autor relacionaba a la geografía, ante todo, con el poder. Apenas había terminado la guerra de Vietnam en 1973, y Lacoste oponía a la ingenuidad de lo que denominaba «la geografía de los profesores», la realidad de los bombardeos estadounidenses con la destrucción de los diques vietnamitas. Es llamativo que el libro haya caído tan absolutamente en el olvido.

Hay que tener en cuenta para entender la celebración del congreso en la URSS durante la Guerra Fría y la gran acogida que encontró en la geografía mundial y también en la española, que las instituciones científicas soviéticas gozaban de considerable prestigio, en particular las de ciencia natural y aplicada, y la geografía se integraba en la URSS en estas, y su enseñanza en las facultades de ciencias. El presidente del Instituto de geografía de la Academia de ciencias de la URSS, Innokenzij Gerásimov (1905-1985) era entonces vicepresidente de la UGI y un edafólogo de reconocimiento mundial:  la ciencia de los suelos fue una de las más brilló en el mundo soviético en el seno de lo que se consideraba una revolución científico- técnica encargada de un salto adelante económico basado en grandes infraestructuras acordes con la geografía física y la distribución de los recursos naturales de la enorme Unión. En este sentido, el propio Gerásimov hablaba de geografía constructiva y cuatro años antes del Congreso de la UGI se habían publicado una serie monográfica en quince volúmenes sobre Condiciones y recursos naturales de la URSS[2].

En España, a su vez ocurría que el omnipotente secretario general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, José María Albareda (1902-1968), miembro numerario del Opus Dei, era también edafólogo y mantenía contactos muy estrechos con sus homólogos y otros científicos naturales, incluidos los de «detrás del telón de acero». He explicado en otras ocasiones que el edafólogo Albareda se mostraba cercano a la geografía, fundamentalmente por dos vías: primero, por la amistad y el respecto que sentía por Lluís Solè Sabarís, el gran geólogo, catedrático de geografía física en la Facultad de Ciencias (primero de Granada, donde habían coincidido y después de Barcelona), al que llegó a nombrar director de la delegación del CSIC en Barcelona; y, segundo, por la relación muy cercana con José Manuel Casas Torres, este también miembro numerario del Opus Dei, a quien había apoyado en su fulgurante carrera universitaria ya que fue catedrático de geografía de la Universidad de Zaragoza antes de cumplir los cuarenta años, 1944. La correspondencia de Albareda depositada en el archivo de la Universidad de Navarra documenta todo ello.

El hecho es que Casas pudo disponer (a diferencia de otros catedráticos de geografía) de una potente Sección en la Universidad de Zaragoza, y tras su traslado a Madrid en 1965 a la primera cátedra de la disciplina[3], sino que se creó para él un (segundo) Instituto de Geografía (Aplicada) en el CSIC, en el que dispuso de medios y desde el que colaboró con muchos trabajos encargados por los ministros desarrollistas del Opus de aquellos años. Este mayor apoyo institucional, le había permitido a Casas Torres asistir a muchos de los congresos de la UGI celebrados antes del de Moscú. Y ya desde los años cincuenta se publicaba en la revista Geographica la traducción de un texto de dos geógrafos franceses comunistas (más por su adscripción al partido que por el tipo de geografía), Jean Dresch y Pierre George sobre la geografía en la URSS tras realizar una visita a Moscú y Leningrado. Se sacaba la conclusión de que la geografía soviética era casi exclusivamente física, y crecía al amparo de las ciencias naturales afines pero que no había más geografía humana que la económica[4]. De modo que, por un doble motivo, la geografía física ciencia natural, preferencia de Albareda, y el cultivo de su vertiente constructiva o «aplicada» que era el objetivo de Casas Torres, había entendimiento entre CSIC y los Institutos geográficos y científicos soviéticos.

Quizá me he ido algo lejos en la voluntad de dar perspectiva a aquel congreso: pero era necesario para comprender el por qué de una presencia española en aquel congreso de Moscú 1976 bastante más numerosa que la habitual. Allí coincidimos el mayor número de geógrafos españoles que hasta entonces habían concurrido a un acontecimiento de ese tipo, dándose el hecho curioso de que algunos de nosotros, españoles, nos conocimos allí, en la URSS.

Se daban nuevas circunstancias, como ha descrito bien Roser Majoral en un artículo sobre la presencia internacional de la geografía española (1995-1996)[5]. Antes de la II Guerra Mundial, los representantes del Comité español en la UGI eran más bien ingenieros geógrafos, cartógrafos e incluso astrónomos, en relación con su pertenencia a la Real Sociedad Geográfica (RSG) y también como miembros de la ICA (International Cartographical Association). Es en el primer congreso de posguerra celebrado en Lisboa en 1949, cuando se produce en cierto modo un triunfo de la geografía académica y, en el caso de España concurren por primera vez profesores de geografía universitarios e investigadores del Instituto Juan Sebastián Elcano del CSIC en su doble sede de Madrid y Barcelona. A todos les unía la relación con el gran geógrafo portugués, Orlando Ribeiro, organizador del congreso, que había participado en la reunión de Estudios Geográficos de Jaca de 1946 (Gómez Mendoza, 1996). Ribeiro estaba muy vinculado con la geografía francesa, entonces dominante, en función de la metodología regional. En los posteriores congresos estuvo también José Manuel Casas Torres: Washington 1952, Río de Janeiro de 1956, Estocolmo de 1960. Para el de Londres de 1964, Casas asumió la tarea (no sé si la iniciativa) de editar, en su departamento de geografía de la Universidad de Zaragoza, la primera Aportación Española al XX Congreso Geográfico Internacional, que resultó ser la expresión de una geografía madura, en la que había aportaciones tanto del sector opusdeista de Zaragoza (más tarde con extensión a las universidades de Navarra, Santiago, UNED  y otras) como de los que no lo eran, sobre todo el Elcano de Madrid y el de Barcelona y también del Instituto Geográfico Nacional (IGN). Algo menos diversa, también no tan interesante, fue la aportación conjunta al XXI congreso de Nueva Delhi de 1968, también iniciativa de Casas con el apoyo de Rodolfo Núñez de las Cuevas del IGN, ya en nombre de un Comité Español de Geografía, del que solo formaban parte entonces todavía la RSG y el IGN. En 1972 en Montreal no hubo aportación, pero sí presencia de los cartógrafos de la RSG.

 

La presencia española en el congreso de Moscú y sus circunstancias

 

Todo cambia en el XXIII congreso de la UGI de la URSS de 1976. Concurrimos un total de 29 geógrafos españoles (y acompañantes), el grupo más numeroso que hasta entonces había acudido a un congreso internacional. Muchos (lamentablemente, yo no) acudieron a las reuniones previas de las comisiones de la UGI en diversas ciudades soviéticas. Por primera vez el grupo era notablemente heterogéneo. En primer lugar, había bastantes geógrafas[6]: solo citaré, para no errar en el recuerdo, a las madrileñas Aurora García Ballesteros y Eulalia Ruiz Palomeque; bastantes compañeras de Zaragoza, en concreto Luisa Maria Frutos y María Jesús Ibáñez, seguro que alguna más; de Barcelona, Roser Majoral, la que iba a ser mi íntima amiga y lideresa de viajes geográficos internacionales (a la India en varias ocasiones, a Vietnam, Corea…). En segundo lugar, el grupo se componía de al menos dos generaciones de geógrafos, la anterior a la mía, la de la de los geógrafos nacidos en los de los años 1920, los de la primera generación de grandes tesis doctorales de geografía regional y primeros ocupantes de las (escasas) cátedras y agregaciones de geografía; y la mía, los nacidos en los años cuarenta y con tesis de los años setenta. Pero también, y eso fue quizá lo más importante, había geógrafos de diferentes tendencias: estaban, en terminología de la época, tanto «los de Casas Torres», en particular de las Universidades de Madrid, Zaragoza, Navarra, Santiago de Compostela, UNED, además del Instituto de Geografía Aplicada del CSIC, como «los de Terán» y el Instituto Elcano y además geógrafo de Barcelona con el catedrático de allí, Joan Vilà Valentí que fue nominado a una vicepresidencia de la AGE. Yo creo que era la primera vez que viajábamos juntos. Visto con la perspectiva actual puede parecer absurdo e irrelevante, pero estaba lejos de serlo: la pertenencia a uno de los dos grupos era un hecho definitivo para la promoción académica (se decía entonces desde el inicio de una oposición que los tribunales eran de 3/2 o 4/1 de los 5 miembros, y que no había nada que hablar).

De los de Terán, viajaban Ángel Cabo Alonso, el catedrático de la universidad de Salamanca que fue segundo presidente de la AGE, tras García Fernández; Antonio López Gómez, catedrático ya de la UAM, pero antes de la universidad de Valencia con muchos discípulos, entre ellos Eugenio Burriel que también estaba; Antonio López Ontiveros, que fue catedrático después de Córdoba y entonces era agregado de la UAM. También procedíamos de esta universidad, Manuel Valenzuela y yo, los dos con tesis doctoral dirigida por Terán y trasladados a la Autónoma porque el profesor Terán pensó que que en la Complutense con Casas no teníamos futuro. De los de Zaragoza, recuerdo a Antonio Higueras, a Vicente Bielza de Ory, Joaquín Bosque Maurel de Granada que se había trasladado o se iba a trasladar a la cátedra de Madrid, vacante por la jubilación de Terán ese mismo año. De los de Barcelona no consigo recordar quiénes fueron, aunque he viajado tanto con ellos después. Junto con todos, el ingeniero geógrafo, Francisco Vázquez Maure, director del Instituto Geográfico Nacional, que probablemente ostentaría la presidencia del Comité Español de la UGI, en su calidad de secretario (vitalicio) de la Real Sociedad Geográfica.

Como ya he dicho no asistí a las sesiones previas, y no soy muy consciente de resultados científicos que me llamaran particularmente la atención, pero recuerdo en cambio con claridad sucesos y anécdotas, algunas divertidas, de la estancia en San Petersburgo y Moscú. Por ejemplo, Higueras tuvo la (simpática) iniciativa de querer reunirnos a todos para cenar en Moscú, lo que no pudo ser, porque allí no había dónde rascar para comer, y menos en un grupo numeroso. Nos veo a todos sentados expectantes en el hall del enorme hotel Rossiya de Moscú, en la idea de que él sabía algo. Fue sin esperanza, nos quedamos con el hambre. También recuerdo alguna situación inversa: en San Petersburgo, López Ontiveros, sentado en la mesa de los «cátedros», dijo en voz muy alta a López Gómez refiriéndose a la mesa en que estábamos algunos: «Don Antonio, ¡que los no numerarios se están poniendo ciegos de caviar…!», lo que nos hizo reír a todos. Tampoco puedo olvidar que Vicente Bielza nos contó cuántas ofertas había recibido en el metro moscovita para que accediera a vender sus blue-jeans, así, sobre la marcha; a mí también me lo ofrecieron, pero debían ser unos vaqueros de peor calidad, porque no insistieron. De Eugenio Burriel no se me olvidará que el pobre contrajo una infección intestinal al final de la estancia en Moscú, y se tuvo que quedar allí con su mujer, cuando todos volábamos de vuelta, a Varsovia. Una médica había acudido a visitarlo en el hotel y, a cambio de no tomar medidas de aislamiento por cólera, se había quedado con las gafas Ray-Ban de Eugenio; lo sé porque estaba yo en el cuarto visitándolo en ese momento. Sanó felizmente y los Burriel volvieron pronto.

Antonio López Ontiveros a la izquierda, y Antonio López Gómez en San Petersburgo

Antonio López Ontiveros a la izquierda, y Antonio López Gómez en San Petersburgo 1976. Foto JGM

 

Antes de entrar en otras cuestiones, no puedo dejar de decir que el recuerdo más vivo que guardo de aquel viaje es el de la dificultad que encontrábamos para comer (cuando la comida no corría a cargo de la organización del congreso), lo mal que funcionaba la distribución final de alimentación. En el hotel Rossiya de Moscú, donde nos alojábamos, existía, nominalmente, un simulacro de puestos de expedición de comida, en las cuatro esquinas de cada piso de aquel enorme edificio cuadrangular. Pues bien, en ninguno había nada de comer, nos encontrábamos unos y otros subiendo y bajando de piso en busca de algo: siempre parecíamos estar fuera de la hora establecida, siempre la camarera funcionaria ya estaba marchándose, siempre se había acabado lo que se daba:  no había nada que hacer. Hasta el punto de que Ángel Cabo adoptó la táctica de enseñarles a las camareras apparatchik fotos de él con sus hijos, dándoles a entender que eran todos suyos, lo que ablandaba el corazón de algunas y conseguía que nos sirvieran algo. También fue Cabo el protagonista de la anécdota más celebrada del viaje, esta vez en San Petersburgo. Aburridos de las pocas posibilidades de diversión que teníamos, en aquellas noches blancas de la capital imperial, a Cabo se le ocurrió que subiéramos en los ascensores al último piso del hotel, y allí encontramos nada menos que una discoteca, lo más parecido a Occidente que nos estuvo dado ver. Había alcohol, había música y baile, estaban europeos occidentales, otros españoles, incluso dimos con unas salmantinas que se entusiasmaron con el profesor Cabo. Creo que fue entonces cuando entendí algo que había oído contar de los hijos de Manolo Azcárate, miembro del comité central del PCE, que habían pasado parte de la infancia en la URSS: cuando llegaron a Paris, y vieron las luces de los grandes bulevares, se echaron a llorar.

 

El encuentro (personal y generacional) con la URSS 

 

Porque así era: ni había disponibilidad de comida, ni mucha luz eléctrica, y los bloques de edificios que vimos construir en los ensanches urbanos, estaban aún menos urbanizados (por no decir que nada) y eran de peor construcción que los de nuevos polígonos de vivienda de nuestro país. Es verdad que fue espectacular el despliegue de viajes, previos y posteriores al Congreso, a muy distintos sitios, pero nuestros movimientos estaban controlados. También había vigilantas de piso en los hoteles, miembros del PCUS, por supuesto. Como nos llevaron desde Moscú a visitar las ciudades históricas patrimoniales de Vladimir y Suzdal, pensé que nunca en mi vida había entrado en tantas iglesias, aunque fueran ortodoxas, pese a mis antecedentes de tías monjas de Valladolid, muy europeas en sus destinos, por cierto.

El socialismo real no funcionaba. No fue una sorpresa, pero sí una constatación que algo significó en mi evolución personal e intelectual, incluso emocional. Para los geógrafos de izquierdas que íbamos en aquel viaje, el encuentro con ese «socialismo real», como se decía en las guerras culturales de aquel tiempo de la guerra fría, fue bastante decepcionante, aunque ya íbamos desengañados. Mi trayectoria era parecida a la de muchos de mi generación: familia liberal (de los de verdad de entonces, no de lo que se llama ahora liberal) y antifranquista pero cauta; educación laica, pero que no nos evitaba las clases de religión y de «formación política»; pertenencia desde la Facultad a movimientos estudiantiles antifranquistas: para mí fue primero la ASU  (Asociación Socialista Universitaria), después en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española) en donde ya dominaba el PCE, la verdadera y casi única oposición al régimen; algunas detenciones con motivo de las manifestaciones estudiantiles y movimientos vecinales y las multas correspondientes. Había vivido en París el curso anterior al del 68 y pronto habían llegado los primeros desengaños, empezando por la entrada de los tanques soviéticos en Praga durante su «primavera». También estaba yo marcada por el conocimiento y la amistad con algunos de las más brillantes figuras de eso que se llamó «revisionismo»: Fernando Claudín, Manuel Ballesteros, Javier Pradera, hasta a Jorge Semprún, el Federico de la clandestinidad al que conocimos en París.

Pero, sobre todo, algunos de los que íbamos en aquel viaje habíamos leído y procesado mucha literatura marxista desde bastante jóvenes: primero fueron folletos y textos de Marx (recuerdo los de las Publicaciones en Lenguas Extranjeras del PCUS y tengo todavía un folleto, Precio, salario y capital) que circulaban clandestinamente en la Facultad, después Gramsci o Lukács en los primeros libros de editorial siglo XXI (¡qué nombre paradójico visto desde el siglo real!). En aquel momento estábamos con la sociología estructuralista de los discípulos de Althusser, los del centro de Sociología Urbana de París, Topalov, Lipietz y sobre todo Castells[7]. Algunos de nosotros, dábamos clase de geografía urbana con sus libros, sobre todo los de Manolo Castells, el primero de 1971 y la Cuestión urbana de 1974. Los conservo en mi casa, muy anotados. Recuerdo muy bien que, cuando vimos los polígonos de bloques abiertos en construcción en Leningrado o en Moscú, nos dijimos que la teoría estructural de la ciudad capitalista no servía, porque había lo mismo en el socialista.

Me he consentido esta digresión sobre the way we were, como el título de la película, para manifestar, no sé si la sorpresa o la constatación, de que no encontramos en aquel viaje a la URSS ni el más mínimo atisbo de ideología de izquierdas. La sesión inaugural, celebrada en el Kremlim, con Jean Dresch, presidente entonces de la UGI, magnifico geógrafo y conocido miembro del poderoso partido comunista francés, y con numerosas intervenciones de los anfitriones fue plúmbea. Quizá hablaran de las transformaciones económicas del país, pero confieso que tuve que luchar contra el sopor: me parecía inconveniente consentírmelo en aquel lugar dónde Jrushchov había denunciado los crímenes de Stalin. Me acuerdo mal del contenido geográfico de la sesión, pero no hubo nada de social, cultural o ideológico, eso seguro. Quizá se diera la paradoja de que muchos de los que veníamos de Occidente éramos geógrafos más sociales y más “socialistas”, que nuestros anfitriones soviéticos.

 

Moscú y Leningrado: perspectivas urbanas y riqueza patrimonial

 

Lo que sí hubo en aquel viaje fueron muchos paseos y visitas, no tuvimos queja al respecto, siempre acompañados de guías. En el grupo que yo viajaba fuimos primero a San Petersburgo, nos impresionaron los palacios, la visita al Hermitage, en donde no podíamos dejar de buscar huellas de la revolución, pero también las grandes avenidas urbanas, empezando por la vía Nevsky. Recuerdo que Eulalia Ruiz Palomeque y yo nos jaleábamos mutuamente: «¡Otra prospekt!», antes de precipitarnos a hacer la foto. Nos llevaron a Peterhof (entonces todavía llamada Petrodvoréts, el nombre del régimen soviético, así lo tengo escrito en las diapositivas), a 25 km de San Petersburgo, un conjunto real espectacular situado al sur del golfo de Finlandia.

Avenida Névstky . San Petersburgo.

Avenida Névstky. San Petersburgo. 1976. Foto JGM

 

Jardines del Palacio de Peterhof (San Petersburgo)

Jardines del Palacio de Peterhof (San Petersburgo) 1976. Foto JGM

 

En Moscú, desde el enorme hotel Rossiya que, al parecer, era entonces el mayor del mundo, se tenía una buena perspectiva del Kremlin. En los ascensores, nos cruzábamos con gente de distintos rasgos étnicos, lo que me dio la medida, a mí, europea occidental poco viajada, de la enormidad asiática de la URSS. Una de las visitas más llamativas que hicimos en la ciudad fue a los almacenes GUM, impresionante edificio de finales del siglo XIX, de 242 m de fachada y estructura de estación ferroviaria inglesa.  Durante la revolución y el régimen soviético los almacenes habían conservado la misma función, aunque cambiando, claro, el tipo y la estructura comercial. Hoy se ha convertido en el centro comercial de las grandes firmas internacionales, así son las cosas. El caso es que en 1976 los almacenes estaban llenísimos y contrastaban con una ciudad en la que no se podía comprar nada o casi nada.

Hotel Rossiya, Moscú.

Hotel Rossiya, Moscú. El mayor del mundo en 1976, desaparecido en 2005 (Wikipedia).

 

Vista general del Kremlin desde hotel Rossiya.

Vista general del Kremlin desde hotel Rossiya. Moscú 1976. JGM

 

Entrada al Kremlin,

Entrada al Kremlin, Moscú 1976. JGM

 

Visita al Kremlin,

Visita al Kremlin, Moscú 1976 (JGM)

 

Almacenes GOUM Moscú

Almacenes GOUM Moscú 1976 JGM

 

El otro edificio apabullante del que conservo memoria, aunque no una foto, es la Universidad Lomónosov, donde se celebraba el congreso, el mayor de los siete rascacielos mandados construir por Stalin, que en los años cincuenta del siglo pasado era el edificio más alto de Europa. No solo era descomunal, sino que cuando subimos Aurora y yo en el ascensor por primera vez nos dijeron que en él había experimentado Gagarin, el primer astronauta (allí decían cosmonauta) la ingravidez. No sé si a partir de entonces tuve dudas sobre las proezas soviéticas. Por mi parte, tuve que visitar la enfermería porque me salió un afta en la boca, muy doloroso, y me acompañó también Aurora, y cuando una enfermera imponente me lo cauterizó con polvos negros ardientes me dije que tenía que mostrar toda mi capacidad de resistencia ‘revolucionaria’. En todo caso, como buen viaje que fue, hicimos muchas risas a propósito de todo. Entonces había en la universidad moscovita una facultad de geografía potente, casi solo de geografía física además del Instituto de Geografía de Gerásimov[8].

Universidad Lomónosov. Moscú.

Universidad Lomónosov. Moscú. Fte Wikipedia

 

Hicimos otros recorridos, porque en eso el país anfitrión fue sin duda generoso. En Leningrado, nos llevaron a recorrer los nuevos barrios residenciales de bloques abiertos. La URSS se encontraba entonces en pleno proceso de expansión urbana con esta tipología para desahogar las ciudades y aliviar el enorme problema de vivienda y de pisos compartidos entre varias familias. Como había ocurrido en España y en el mundo occidental: entonces empezaron las ciudades a parecerse. Constatamos que se construían esos bloques, incluso se alojaba gente a media obra, sin que hubiera la más mínima urbanización, ni equipamientos ni servicios por supuesto. Eran ya edificios de más de diez pisos que venían a sustituir a las Jrushchovkas, casas prefabricadas de la era de Jrushchov, como nos explicaron allí. También pedimos ir y nos llevaron a la estación de la que salía el tren Transiberiano: otra experiencia fuerte para mí: siempre había tenido el sueño romántico de viajar en él de punta a punta, no me quedaron muchas ganas.

Polígonos bloques abiertos residenciales. Leningrado

Polígonos bloques abiertos residenciales. Leningrado 1976

 

Cuadrillas de asfaltadores Moscú

Cuadrillas de asfaltadores Moscú 1976 JGM

Hicimos, finalmente, un viaje desde Moscú a las ciudades históricas de Vladimir y Suzdal, sin que pueda recordar si fue en tren o en autobús, porque están a más de 250 km. Las dos ciudades formaban parte de lo que se empezaba a llamar el Anillo de Oro, cinturón de ciudades medievales y monumentales del NE. Hoy son ambas patrimonio de la humanidad de la UNESCO. Recuerdo las catedrales y demás conventos ortodoxos siempre de color blanco, sin que me produjeran excesivo entusiasmo, pero con la idea ya dicha de que nunca visitaría más iglesias en tan corto tiempo que en la Unión Soviética. No tengo demasiadas fotos de ellas. Sí las tengo, en cambio, del entorno rural y de las casas de madera bien conservadas y a veces muy bellas. Eran los valles del Kliazma y del Kamenza, ya cosechados, un verdadero granero. Pero también en el mismo valle de Kliazma en Vladimir se desarrollaba una potente zona industrial.

De vuelta a casa, algunos los de nuestro grupo nos detuvimos en Varsovia, y comentamos la clara sensación de estar ya más cerca de occidente, lo traslucía la ciudad. Fuimos también a Cracovia e incluso el campo de concentración de Auswitch. Sin palabras.

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Quizá es un poco escandaloso por mi parte recordar tan poco de los contenidos geográficos de ese congreso[9] y tanto del ambiente. Está claro que, en mi caso, la URSS postrera se impuso a la geografía académica. Recuerdo que sentada en una de las zonas de encuentro del hotel moscovita, tuve el presentimiento de que no iba a volver. Y así ha sido.

 

Casas de madera de Suslov

Casas de madera de Suslov 1976 JGM

 

[1] Era un trabajador enorme, del que, en este texto de recuerdos, me viene a la cabeza uno que muestra también su generosidad. Los jóvenes profesores de los años setenta nos pasábamos sus textos de clase en ciclostil, sobre todos los de geografías de España y regionales, pero también de geografía general. Hasta tal punto llegó su uso que, una vez, uno de nosotros invitado a dar una clase en la UAM soltó un párrafo entero literal de don Jesus, y estaba él presente. También había sido muy “fusilada” su memoria de cátedra (concepto, método, fuentes y programa de la disciplina). La tengo en mi casa, me la regaló él mismo cuando le dije que había sido el modelo de otros: es la que presentó a las oposiciones de las cátedras de geografía de la Universidades de Murcia, Valladolid y Oviedo 1957. José Antonio Zulueta me dijo que García Fernández se inspiraba en gran parte en la Geografía Humana de Cholley y Marie Claire Robic me mandó el texto de este. Era verdad, pero había muchos «garcíafernandezismos» en la memoria, empezando por su defensa inicial del paisaje como principio y fin de la geografía y, en medio, conocimiento razonado.

[2] Lebovich Román, José: «La geografía soviética», Estudios Geográficos, 1976, 37, 144, 351-360.

[3] Era la que dejaba vacante Amando Melón. Con ello pasó por delante de Manuel de Terán que ocupaba la segunda.

[4] «La enseñanza y la investigación geográficas en la Unión Soviética», Geographica, 1957-58, 4, 95-98. Traducción de Rosario Miralbés Bedera de un artículo de Annales de Géographie, 345, 1955, cuyos autores eran, al parecer, Jean Dresch y Pierre George, miembros de una delegación de la Academia de Ciencias francesa a la URSS.

[5] Majoral, R. «The Spanish Contribution to the International Geographical Union», Boletín de la Asociación  Española de Geografía, 1995-1996, 159-171.

[6] Hasta entonces, aparte de cónyuges, solo estaba presente la catedrática de enseñanza media, Adela Gil Crespo (1916-1992), que había estudiado en el Instituto Escuela, era republicana y fue represaliada en 1942, a los 25 años, por «ideología izquierdista y propaganda en favor de la causa republicana», lo que le había deparado seis meses de prisión, aunque después fue absuelta. Miembro de la Real Sociedad Geográfica, también estuvo en los coloquios españoles de geografía, desde el primero de 1946 en Jaca. En relación con el congreso de Moscú, dejo una interesante narración sobre el Kazajistán y Alma Ata con motivo de una de las excursiones del Congreso. Gil, Adela: «Alma-Ata y sus alrededores (Kazakhstan, URSS)», Boletín de la Real Sociedad Geográfica CXIV, 1978: 55-79.

[7] Como muchos de los de nuestra generación, mi marido y yo teníamos en la biblioteca muchos libros marxistas y muchos años después discutimos si debíamos irlos sacando para hacer hueco a otros, o conservarlos por razones de biografía intelectual. Cuento esto porque, como he mencionado en otra ocasión, esa mayor o menor (pero muy temprana) formación marxista explica el asombro que nos produjo lo que dijo David Harvey en una visita a nuestro departamento de la Universidad, ya instalados en el campus de Cantoblanco: Tras leer El Capital había decidido no impartir más docencia geográfica que la interpretación espacial del materialismo histórico. Tendría entonces unos 40 años. A nosotros, profesores bastante recientes y algo más jóvenes, nos costaba entender que no hubiera leído a Marx hasta entonces. Debió ser el año 1973 o 1974. Estábamos José Antonio Zulueta, Rafael Mas, Javier Espiago, yo misma, quizá ya entonces también Eugenio Burriel, Francisco Ibáñez, Fernando Arroyo, Ana Olivera… Cuando yo estudiaba, Fernando Sánchez Dragó presumía de haberse tenido que esconder en el bar de la Facultad, porque la policía había encontrado El Capital cuando fueron a registrar en su casa sin que él estuviera y temía que le estuvieran buscando. ¡Qué extravagante parece todo ahora!

[8] No quiero que quede la idea de que la geografía rusa no tuvo influencia en las occidentales. Baste citar la teoría del  paisaje geosistémico reelaborada por Georges Bertrand a partir de la teoría de los geosistemas de  Víktor Sochava, el fundador de la escuela de geografía de Siberia.

[9] Veo en el artículo de Teodoro Martín Martín («Un pasado que reivindicar. España en los congresos internacionales de Geografía», Boletín RSG, 2017, 283-346), dedicado a la participación española a los congresos geográficos internacionales que los textos de la contribución española al Congreso de Moscú tenían ese carácter disperso (y un poco fuera de lugar) de antes de la renovación del Comité pero con el atractivo de ser el resultado de las investigaciones en curso de jóvenes geógrafos españoles: sobre Madrid, su plan de descongestión, el ferrocarril, (González Yanci), transporte metropolitano (Torrego),  hoteles (Gutiérrez Ronco), sobre agricultura del valle del Ebro y Galicia (Miralbés, Hernández Borge)  sobre dinámica geomorfológica (M.J. Ibáñez, , etc. )(Boletín RSG.CXII, 1976) Producen todavía cierta sensación de irrealidad en aquel contexto y recuerdan las palabras pronunciadas a la vuelta del congreso de Washington: «La UGI no nos conoce y la culpa la tenemos nosotros». Como bien dice Roser Majoral en mi opinión la voz más autorizada en lo que a la UGI atañe, el incremento de participantes en Moscú, tanto comunicantes, como asistentes, se debe al aumento de profesores de geografía en el momento del boom de la geografía, sobre todo PNNs. A partir de entonces el número dependerá del lugar de celebración: en los años ochenta, menos en Tokio (1980) y en Sidney (1984), más en París, (1988) y Washington (1992).

[10] La etnógrafa y directora del Museo del Pueblo Nieves de los Hoyos comenta con palabras parecidas a las mías, Nieves de los Hoyos, la imposibilidad de reunirse a beber o tomar algo: «Martínez Almagro quiso invitarnos a tomar algo: no fue posible. No había salones de té, ni una simple cafetería, en los hoteles buenos controlan la entrada; en la calle venden empanadillas de carnes, y helados, muchos helados; pero el lujo de sentarse a descansar y charlar con el pretexto de tomar un café no es posible.»

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