Datos y pautas territoriales
Las tasas de urbanización china son tan apabullantes como su ritmo. En 2011, la población urbana superó a la rural, 690 millones de personas (570 millones en 2005), el 51,27 % del total. Al proclamarse la República Popular en 1949, no pasaba del 10 % y hace treinta años, en el inicio de las reformas post-Mao, era del 17,3 %. Se estima que hasta 2030 el proceso de urbanización se mantendrá a un ritmo de 0,8 a 1% por año, favoreciendo la construcción de ciudades cada vez mayores. A las tres megaciudades ya reconocidas, es decir de población superior a los 5 millones, Beijing, Shanghai y Souzhou, se acaban de incorporar Tianjin, Gouangzhou y Shenzhen, por tanto cuatro de ellas en las conurbaciones del Delta del Bajo Rio Yangtse (DBRY) y del Delta del Río Perla (DRP). Se estima que estas megaciudades serán ya 23 en 2025, al tiempo que las 125 ciudades chinas que hoy tienen más de un millón de población se habrán elevado a 220. Parece que las ciudades china van a seguir siendo, más que nunca, la fábrica del mundo.
Hace muy pocos días en el Foro de Verano de Davos, celebrado en Taijin, el primer ministro Wen Jiabao reconocía sin ambages la descomunal dimensión del proceso y sus consecuencias. A la pregunta de qué presión ejercían sobre los recursos, en particular sobre el agua y la energía, esas tasas de urbanización (saludadas por otra parte por el periodista como una conquista) Wen calculaba en 600 millones el número de personas que habían abandonado el campo por la ciudad. Teniendo en cuenta, y esto ya lo añado yo, que se calcula en unos 260 millones los inmigrantes censados como urbanos, es decir con hukou de sello rojo, o registro de residencia urbana, la cifra que maneja el primer ministro supone admitir oficialmente que más de la mitad de los emigrantes rurales son ilegales, transeúntes, población flotante. Se supone que siguen con el hukou rural, por el hecho de haber nacido en el campo y proceder de él. Pero aunque Wen admita que habrá que proceder a la supresión de esta limitación a la movilidad, aunque hable de sostenibilidad y de apostar por las ciudades medias y grandes, no desmiente que la urbanización debe seguir siendo la garantía de crecimiento. Entre otras cosas para lograr que estos de 350 millones de población flotante, no retornen al medio rural, se mantengan en la ciudad, e incrementen así la demanda interior ya que, con la crisis, ha habido disminución de la demanda externa. (CHINADAILY Europe)
Al ritmo de urbanización que tiene la población china, no es fácil encontrar textos actualizados y que dispongan de información y reflexión fiables. Por eso me ha parecido útil comentar dos libros relativamente parecidos en sus tesis, pero complementarios. Quiero pensar que sus análisis siguen siendo válidos aunque hayan sido publicados hace ya unos cinco años y su investigación sea de los primeros años de siglo.
Ma, Lawrence J.C y Wu, Fulong : Reestructuring the Chinese City. Changing society. Economy. Space, Routledge, London and New York, 2005, 256 págs.
Mc Gee, T.G. Lin, George, C.S, Marton, Andrew M, Wang, Mark Y.L. y Wu, Jiaping: China’s Urban Space. Development under market socialism, Routledge, 2007, 401 págs.
Los editores y autores son especialistas reconocidos en E y SE asiáticos y ambos libros contienen a la vez reflexión teórica y evidencia empírica. Teoría e información que conducen a las dos grandes tesis que ambos libros comparten, la primera que hay una reciprocidad evidente entre urbanización y crecimiento económico, en el sentido de que la escala urbana ha sido la estrategia elegida en la China reformista para la acumulación, de modo se han transferido enormes cantidades de capital global y doméstico a los entornos edificados y la construcción urbana ha sido la condición de la modernización económica; la segunda, que no se puede mirar a la urbanización china con las lentes occidentales, y que se debe rechazar la tesis de la progresiva convergencia entre la ciudad china y la occidental.
Los argumentos sobre esto último parecen evidentes. Una cosa son las formas urbanas y otra los procesos, y si bien se podría admitir que algunas formas van asemejándose, los procesos no lo hacen. Los cambios morfológicos han sido sin duda radicales: las ciudades chinas han pasado de ser ciudades compactas a metrópolis enormemente dispersas y las más de las veces polinucleares, se ha producido un extraordinario estallido urbano en cuyos perímetros coinciden las urbanizaciones cerradas con los grandes barrios de infravivienda inmigrante, las enormes piezas de los parques industriales y tecnológicos y de los centros comerciales desmesurados. Mientras tanto, los centros urbanos han sido demolidos en buena parte y sobre ellos ha aparecido la edificación moderna de los centros de negocio y de servicio (incluso varios CBD por megaciudad, haciéndose la competencia entre sí) y de los barrios residenciales, los rascacielos, la saturación de tráfico, la imposible contaminación, las calles comerciales, el comercio de lujo. El razonamiento es claro; no basta la high tech, los rascacielos, las comunidades cerradas, para proclamar que las ciudades chinas convergen hacia un modelo occidental.
Para empezar porque ese supuesto modelo no existe, ni siquiera es seguro que exista un modelo americano y otro europeo, aunque sí es evidente que se han repetido ciertos conceptos y mecanismos. Plantear una ciudad occidental como norma es un razonamiento simplista, lineal, y parcial, tomar la parte por el todo, una verdadera sinedocque, dicen Wu y Ma. La suburbanización china tiene poquísimo que ver con la americana, y tampoco de esta se puede hablar en términos genéricos. El razonamiento estructuralista se centra casi en exclusiva en los factores exógenos y generales como los modos de producción postfordista, el papel de las altas tecnologías en la acumulación, la compresión del tiempo y del espacio, las políticas neoliberales, y no atiende suficientemente a los aspectos regionales, locales, históricos y culturales. Esta atención prestada en ambos libros es la que hace que merezcan ser comentados.
La ciudad china resulta sin duda de la globalización, la mercantilización y la liberalización. Pero una vez dicho esto, se ha dicho poco y se necesita avanzar tomando en consideración aspectos específicos que resultan al menos de sus pautas organizativas anteriores, de las formas en que se ha procedido a la descentralización institucional, fiscal y a la desregulación del suelo y de los ritmos y volúmenes de los flujos demográficos. En los nuevos mosaicos territoriales se ven las huellas tanto del pasado como de la forma adoptada por estos cambios.
En realidad ha tenido lugar una verdadera reconceptualización de la gran ciudad que le ha hecho pasar a velocidades de vértigo de ciudades de función industrial de tamaño y ritmo decidido por la planificación central a centros empresariales en los que la industria se ha relocalizado en los márgenes y los negocios en los distritos financieros centrales con atracción de enormes cantidades de capital global y local. Para esta amalgama de estrategias y procesos disjuntos fueron elegidas primero las grandes ciudades costeras, después todo el área costera dando lugar a corredores urbanos casi ininterrumpidos, siguiendo en particular el Gran Canal Chino Beijing-Hangzhou y los deltas de los ríos Yangtsé y Perla en el Sur. Hasta tal punto esto es así que todo texto sobre la economía y la urbanización en China debe empezar por recordar la amalgama de términos y acrónimos de estrategia territorial diferenciada: ZEE (Zona Económica Especial); RME (Región Metropolitana Extensa); ZDET (Zona de Desarrollo Económico y Tecnológico); REA (Región Especial Administrativa); DBRY (Delta del Bajo Río Yangtsé); DRP (Delta del Río Perla).
El proceso que empezó con las reformas de 1978 y las cuatro modernizaciones (economía, agricultura, progreso científico y tecnológico y defensa nacional) parece haber tenido un momento de intensificación, de inflexión, que coincide con la celebrada “visita al Sur” de Deng Xiaoping: a partir de entonces se optó por la China del Sur y la macroubanización. Lo que hasta entonces habían sido un desarrollo que se apoyaba tanto en los núcleos rurales como en las ciudades quedó totalmente desbordado.
Houkou y danwei como herencias de la organización socialista en la urbanización china de la globalización
Pero en las características de las ciudades socialistas están algunas de las claves de esta historia. Unas ciudades de tamaño restringido, por razones ideológicas antiurbanísticas, que se intrumentalizaban mediante esa muralla invisible urbana que era el estar registrado como urbano o como rural según la procedencia y el lugar de nacimiento, el hukou; una ciudades también duales, centros políticos y comerciales, que acogían por designio del poder central una arquitectura institucional y un urbanismo magnificente de corte soviéticos, de los que la plaza Tian’anmen y los edificios que la circundan son el mejor testimonio. En el urbanismo socialista se derrochaba suelo puesto que no había mercado inmobiliario, y los elementos más importantes de la producción y organización eran las llamadas unidades de trabajo y de vecindad (danwei), verdaderas células de la vida comunitaria, a la vez de trabajo y de residencia, en su mayoría fábricas pero también instituciones varias y universidades, que constituían unidades muy claramente diferenciadas en el tejido urbano, a veces incluso amuralladas o tapiadas. En síntesis, la ciudad socialista era un instrumento para el desarrollo económico planificado y para expresión del poder político, sin estratificación social ni espacial, que visualmente daba lugar a entornos limpios y cuidados, que no transmitían necesariamente una impresión de pobreza, pero sí de monotonía y tristeza, cierta grisura, poco capaces de sorprender con acontecimientos brillantes.
Son las unidades de trabajo las que quizá han tenido más responsabilidad en lo que ha ocurrido después. En primer lugar porque a través de ellas se ejercía la restricción de la urbanización que imponía el hukou. En efecto, el ser residente urbano, con hukou urbano, suponía la protección de Estado que garantizaba alimentos, vivienda y combustible, mientras que los residentes rurales tenían que abastecerse a sí mismos, teniendo en cuenta además que las oscilaciones de la producción no se reflejaban en los precios. De modo que no es que un agricultor no pudiera ir a la ciudad, es que tenía que buscarse la vida en ella solo, carecía de todo. Ahora bien, estas ventajas evidentes de los residentes urbanos se vehiculaban a través de las unidades de producción, de modo que a cargo directo del Estado y de las municipalidades urbanas solo corrían basura, saneamiento y transporte. Del resto se tenían que encargar las instituciones a las que los trabajadores estuvieran vinculados[1].
Este sistema ha estado, y está, cargado de consecuencias: para empezar la injusticia con los habitantes rurales, a quien era imposible hacer extensible la protección, salvo riesgo de desmontar la de los trabajadores urbanos. En segundo lugar, contribuyó a la ineficiencia y a la crisis de gestión de la industria extensiva socialista: la economía planificada fue incapaz de gestionar la progresiva complejidad, se colapsó en el acceso a los recursos por falta de movilidad y quedó estrangulada por carencia de incentivos a nivel local, que es precisamente lo que se va a resolver con la reforma.
Con las reformas, las cosas cambiaron pero hukou y danwei mantuvieron su influencia por diversos motivos. El huhou nunca se ha derogado, pero se ha flexibilizado y se han permitido excepciones. A ciertas ciudades –Shanghai y Shenzhen– se les reconoció la capacidad de buscar fórmulas intermedias: residentes transitorios no agrícolas, y denominaciones por el estilo que dan a los inmigrantes que tienen trabajo y vivienda en la ciudad los mismos derechos que a los habitantes de ésta pero eso sí, con validez solo para esa ciudad y mediante pago de tasa a veces alta. De modo que se trata de una población intermedia, sobre la base de las necesidades locales, con responsabilidad local y validez local. En las ciudades que no disponen de estos mecanismos, la población inmigrante es temporal, o más frecuentemente flotante e informal (liodou renkou), y no tiene reconocidos derechos (zhi khouliang renkou, personas que tiene que ocuparse de cubrir sus necesidades de alimentación, vivienda, salud, y otros servicios urbanos cuando se trasladan a la ciudad)-
En cuando a los danwei aportaron, al cambiar el régimen del suelo, un ingente patrimonio que reconvertir y que deslocalizar desde los centros y distritos adyacentes, en una gran extensión de suelo que se ha podido manejar a conveniencia. En 1998 se terminan los derechos de vivienda a cargo de instituciones y unidades de producción –aunque algunas siguieron suministrándolos– y las viviendas fueron ofrecidas a precios muy favorables antes de entrar en el mercado. De forma que han resultado ser el sistema clave para entender los desarrollos urbanos específicos y sus ritmos, se convirtieron en actores de primer rango de la nueva etapa.
Lo fueron sobre todo en los años noventa cuando se consumaba la descentralización, la desregulación fiscal y la opción por la gran expansión urbana costera. En los primeros años posteriores a la toma de poder de Deng se produjo más bien una cierta urbanización rural a lo sudeste asiático, lo que es conocido en la literatura científica como desakota. Algunos de los autores del China’s urban space son conocidos expertos en la cuestión y ponen de manifiesto hasta qué punto la urbanización china se fue alejando de esta pauta. Pero en este periodo cuando se multiplicaron las llamadas Empresas Urbanos Rurales (EUR) amparadas en derechos de propiedad y de gestión híbridos.
Descentralización y liderazgo urbano como claves de la urbanización china
El Estado maoísta estaba profundamente centralizado y burocratizado y tenía siempre el primer nivel de decisión, de una decisión que se producía en sentido top down pero además tanto vertical como horizontalmente, es decir sectorial y territorialmente. Carolyn Cartier, profesora de la Universidad de South California, y experta en la cuestión, ha estudiado la trascendencia de la descentralización en el crecimiento chino y los cambios de escala que se produjeron entre los distintos rangos administrativos y territoriales[2]. Algunos de los capítulos de los libros que comento están dedicados a ello.
La jerarquía administrativa china tiene en principio cuatro niveles: estado, provincias (sheng), ciudades (cheng, la ciudad tradicional normalmente amurallada, y chengshi, las modernas con una enorme casuística), y condados (xiang) que constituyen el nivel más bajo y bajo cuya autoridad están las ciudades de este nivel (xianji shi, xiangshu zhen), es decir más o menos burgos, pueblos y aldeas. Las cosas son mucho más complejas: para empezar, tienen rango de provincias cuatro ciudades que son Beijing, Shanghai, Tianjin y Chongkin, y las regiones autónomas. Pero lo más trascendente es la complejidad del nivel administrativo de la ciudad; se reconocen en efecto ciudades o municipalidades administradas por el poder central (zhixia shi, como es el caso de Shanghai), ciudades de nivel provincial, ciudades de nivel subprovincial, ciudades de nivel prefectural y ciudades de rango condado. Además el Estado reconoce ciudades con distritos y ciudades sin ellos. Y para terminar, y como mencionaba antes, para ilustrar hasta qué punto el estado chino se ha valido de categorías ad hoc, se reconocen estatutos administrativos especiales para ciudades seleccionadas como son, además de las cuatro ya mencionadas, las Zonas Económicas Especiales (ZEE), las Ciudades Abiertas Costeras, y las ciudades designadas para establecer nuevos programas. Sin duda estas categorías se solapan pero lo interesante es que el territorio económico chino constituye un mosaico espacial de escalas administrativas muy diversas y móviles. Particularmente importante son los distritos urbanos a algunos de los cuales se les ha reconocido capacidad de iniciativa y gestión.
La política de descentralización, que como la centralización anterior se ejerció a la vez en forma vertical y horizontal, optó claramente por la escala metropolitana y muy diversos mecanismos para que las ciudades fueran estableciendo su jurisdicción y liderazgo sobre sus territorios. Una de la claves es que se confiriera a las ciudades capacidad de establecer contacto directo con el capital extranjero para captarlo y también con el local; también a partir de 1993-1994 se les dio el poder de agregar condados bajo su jurisdicción y por tanto de rediseñar el mapa según sus intereses, resultando de este modo mayor supeditación de las áreas rurales. Con alguna anterioridad se había procedido a reformas fiscales que establecieron un sistema también escalar, dando lugar a lo que se llama repetidamente en los estudios “posibilidad de comer en distintas cocinas”, sobre lo que no he profundizado pero que desde luego supone grados distintos de autoresponsabilidad fiscal. De modo que el esquema territorial se ha ido centrando en las ciudades y dinamizando a través de ellas. Aun más, la descentralización alcanzó algunos distritos urbanos y ciertos distritos rurales suburbanos. Los liderazgos locales y la competencia entre ciudades, e incluso entre distritos, se convirtieron en norma.
Todo ello ha dado gran protagonismo en la China de los dos últimos decenios a los agentes y líderes locales, a los mejores “conseguidores”, a los que mejor supieran atraer el capital y dar facilidades para su rápida ejecución. Existe una evidente correspondencia entre líderes y logros urbanos. No es un azar que hayan tenido más éxito los distritos donde se pueden hacer las cosas más deprisa, de forma más barata y más expeditivamente. Lo que no va en detrimento del Estado porque la función de este es relativamente ambigua en un entorno en el que los límites entre lo público y lo privado se encuentran cada vez más desvanecidos. Según Cartier, se podría hablar casi de un Estado federal al modo chino en el que el Estado conserva las decisiones políticas pero las ciudades controlan las decisiones económicas específicas.
Este tipo de urbanización tiene mucha responsabilidad en cuestiones tanto globales como locales como la sostenibildad, la demanda global de energía, la dilapidación de suelos agrícolas valiosos, el carácter vivible de las ciudades y la cohesión territorial. No cabe mejor ejemplo de estas consecuencias que el de la megalópolis del Delta del Río Perla desde Guangzhou, la antigua Cantón, a Hongkong. DPR es una de las megaciudades más apetecidas de China: 54.744 km2 60 millones de población (probablemente muchos más ahora), nueve municipalidades. Prevalece el laissez faire económico y en muchas ciudades prolifera el mercado negro a todas las escalas, desde las comunidades agrícolas hasta inversores y promotores. Jurisdiccionalmente, es uno de los territorios más sofisticados de China: dos regiones de Especial Administración (Hong Kong y Macao bajo el principio de Un País, Dos sistemas); Guangdon, la provincia a la que pertenece, tiene una capital provincial, Guangzhou, y dos Zonas Económicas Especiales (ZEE) Shenzhen y Zhuhai. Guangzhou y Shenzhen son dos ciudades de nivel subprovincial a las que se les ha dado un poder mayor que el prefectural, lo que supone mucha autonomía. Luego hay siete ciudades de nivel prefectural, dos condados y 31 distritos. Se trata pues de una de las regiones más fragmentadas de China, donde se solapan jurisdicciones, servicios e infraestructuras. En evidente que en esas condiciones de falta de gobernanza difícilmente podrá haber planificación provincial.
El nuevo mercado de suelo: separación del uso y de la propiedad y gestión dual
Los procesos territoriales descritos se potencian con las condiciones del mercado del suelo que Jianfa Shen califica de mercado dual en el libro de Restructuring Chinese city. El suelo urbano es todo él propiedad estatal mientras que el suelo rural pertenece a las comunas y es regido por las autoridades de éstas. A medida que el régimen de comunas fue desmontándose, su propiedad se hizo más frágil y abundaron las anexiones de condados limítrofes por parte de la ciudad para que esta fuera disponiendo del suelo agrario. Pero la verdadera clave estuvo en la decisión de reforma del régimen del suelo tomada por el Congreso del Partido Comunista de 1987: se separó la propiedad del suelo de su uso, es decir que se podían vender o transmitir los derechos de uso del suelo urbano dejando intacta la propiedad estatal. Eso introdujo un sistema dual de gestión del suelo: por una parte el arrendamiento del uso en libre mercado, mientras que por otra se mantenía la asignación administrativa de los usos, es decir con la terminología de la literatura anglosajona sobre la cuestión, land leasing system coexistiendo con commodified leased land. Esta coexistencia de las dos formas explica en gran parte la estructura de las ciudades chinas actuales.
Son los gobiernos municipales de las ciudades y de sus distritos los que monopolizan el sistema de arrendamiento de usos. No lo pueden hacer los agricultores con su suelo comunal y las compras y ventas entre particulares y agricultores están prohibidas. En el caso de suelo rural lo habitual es que sea adquirido por el gobierno para sus fábricas y unidades de trabajo y de vecindad y que luego estas puedan intercambiar con otras unidades a través de formas específicas de arrendamiento administrativo.
Todo ello da lugar a una casuística extremadamente compleja y flexible de transacciones de suelo, que Shen clasifica así. En primer lugar por lo que respecta a los suelos de uso atribuido o fijado: 1.1. Compra de suelo rural por las unidades de trabajo o danwei para desarrollar proyectos específicos. Es la fuente dominante de suministro de suelo en China para el desarrollo urbano. Hasta 1987, los municipios poco pintaban en esta transacción, y los proyectos eran más bien de orden regional que planes especiales locales. 1.2. Adquisición de suelo rural por parte de los municipios urbanos para desarrollo comprensivo, integrador, mediante pago de una indemnización fija. Con el tiempo empiezan a funcionar las oficinas municipales de vivienda e incluso promotores privados con licencia municipal. No se puede revender el uso de ninguno de estos dos grupos de tierras. 1.3. Compra por la municipalidad de suelo urbano de uso fijado administrativamente para desarrollo de infraestructuras. En este caso suele tratarse de suelo del Estado y lo que hay es un cambio de usos.
Después vienen las diferentes formas de compra de suelo para arrendar su uso. 2.1 Compra de suelo rural por el gobierno municipal para arrendar. Es el tipo más reciente de transacción y el que se está haciendo más frecuente. El municipio compra suelo rural para arrendarlo mediante mecanismos de negociación, oferta y subasta, lo que le permite lograr grandes réditos dada la plusvalía entre el precio de compra y el precio de arrendamiento. Por eso también los promotores y usuarios intentan evitar esta forma y buscar procedencias de suelo de uso asignado o fijado. Los usos finales en este caso suelen ser residenciales, comerciales, de servicios, hoteles, e industriales y sobre todo ese tipo de transacción va dirigida a inversores extranjeros. 2.2 Compra por el ayuntamiento de suelo de uso administrativo para arrendamiento. Se trata sobre todo de las tierras de las unidades de producción para ponerlas en el mercado de usos y es también una transacción muy rentable para los gobiernos municipales. Estos dos últimos tipos forman el mercado primario chino. Quedan: 3. El intercambio de suelo de uso fijado administrativamente entre unidades de producción, que no obedece a precios de mercado; y, 4. El intercambio de suelos arrendados entre usuarios. Solo puede ser transferido el suelo comprado en mercado primario.
De modo que el nuevo sistema de gestión del suelo ha concedido a los ayuntamientos una sustanciosa fuente de rentas de las que no disponían en el pasado. Con los beneficios del arrendamiento se han construido muchas infraestructuras pero, como no podía ser de otra manera, se ha alentado la corrupción y el mercado negro que es tanto urbano como rural; todos los analistas coinciden en que este es de tal dimensión que puede ser considerado un tercer sistema, y que detrae considerables rentas a los municipios y al gobierno, tanto porque se hace fuera de su control, como porque está reduciendo los precios.
En estas condiciones de mercado de suelo, es evidente que muchas realizaciones escapan al planeamiento urbano. Las leyes de planeamiento de 1988 fijaban tanto las características del planeamiento general como las de desarrollo e instrumentos complementarios. Pero en realidad el planeamiento se suele queda en el caso del plan general con atribuciones de uso demasiado amplias, dejando amplias facultades a los gobiernos de los distritos y a los constructores. Todo el suelo no residencial o industrial es considerado público, y a diferencia de nuestro urbanismo, se edifica sobre él para usos comerciales y de servicios. Además medidas de planificación económica o sectorial pueden prevalecer sobre las de planeamiento y, finalmente, el seguimiento que se hace es muy laxo. No es infrecuente, por ejemplo, que en Shanghai primeras plantas de edificios públicos sean locales comerciales privados, o que en suelo militar se hayan construido hoteles o restoranes.
Lo que es muy interesante es que los dos sistemas de gestión del suelo han influido de modo diferente en la estructura de las ciudades chinas. En la medida en que la concesión de suelo en alquiler (con mayor o menos transparencia) ha sido la mayor fuente de enriquecimiento de los gobiernos municipales, se ha usado sobre todo para la renovación total de los centros con aparición de CBDs. Además el leasing urbano y el BOT (Built, Operate and Transfer) ha sido el mecanismo habitual de provisión de fondos para la construcción de las grandes infraestructuras como los metros en Beijing y Shanghaui.
En cambio, los desarrollos urbanos más caóticos e irregulares se dan más sobre suelos de uso asignado administrativamente porque son más esporádicos, más incontrolados, están menos atentos al planeamiento. Parecen ser los más responsables de la forma poco sostenible y muy despilfarradora en que se están produciendo la urbanización en las periferias. Las Zonas de Desarrollo Económico y Tecnológico resultan particularmente críticas: se multiplicaron a partir de la reforma de 1987 (en 1990 eran 1.874 en 1992 2.700). La mayor parte no han tenido el desarrollo esperado y están a menudo vacías, después de haber devastado mucho suelo agrícola y a menudo planteado cuestiones ambientales. Con los grandes shopping malls (mo en el vocabulario chino), son los grandes exponentes del gigantismo fantasma de las periferias chinas.
[1] En El libro del hombre solo, ese sorprendente relato autobiográfico, el autor y premio Nobel de literatura Gao Xingjian, expresa muy bien la extraordinaria perversión de semejante sistema en plena Revolución Cultural: “¿No podía huir?/ ¿Huir adónde?, te pregunta. No podía huir del inmenso país, no podía salir del gran edificio de su institución, que parecía una colmena, en el que se ganaba la vida para alimentarse. Era ese organismo el que le proporcionaba la autorización para vivir en la ciudad, los cupones mensuales de cereales […], los cupones de aceite […], de azúcar […], de carne […], los cupones de algodón que daban cada año […], los cupones de usos industriales de uso común, para comprar un reloj, una bicicleta, lana, distribuidos según el salario, así como su identidad como ciudadano. Si él, como una abeja obrera, dejaba el panal, ¿adónde podría ir? Dijo que no tenía elección, que era como una abeja protegida por la colmena, si la locura reinaba en el interior, no tenían más remedio que atacarse mutuamente agitándose hacia todos los lados, reconocía.” (página 323).
[2] Dirige un proyecto de investigación sobre “Local Governance and the Reproduction of the State-Power urban China in the economic Transition” en la University of Technology de Sydney.
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