He pasado tres días de julio 2017 en Ámsterdam, junto con mis grandes amigas de la Sociedad Geográfica, Carmen Arenas, Ángeles Aledo, Carmen Martín de Lucas y Lola Somolinos. Esta última, pionera del neoruralismo, instalada desde hace años en una casa en Requijada, en Segovia: sale de allí con la misma naturalidad y entusiasmo para ir a Sri Lanka que a Europa…y vuelve igual de contenta. En Ámsterdam, fue ella la que encontró planos, empezó a interpretar la trama urbana, además de divertirnos con el descubrimiento de cuántos tipos de chocolates con cannabis había… y de algunos museos eróticos.
Los planos de las ciudades ejercen una particular fascinación en los geógrafos de mi generación. Todavía recuerdo que en un largo ejercicio llamado “práctico” de la oposición que hice a profesora agregada una de las pruebas consistió en comentar el plano de Milán, así a pelo, ni siquiera estoy segura de que se nos hubiera dicho que era Milán. Eran uno de los ejercicios probablemente surrealistas de entonces pero con la ventaja de poner a prueba la capacidad de salir del paso y la desenvoltura de cada cual. No esas presentaciones plúmbeas de los méritos de los candidatos que vinieron después por no decir nada del actual conteo automático de méritos indexados o pseudo-indexados en que consiste la promoción académica, por parte de la ANECA y demás agencias de evaluación. Una buena manera en general de no saber si un candidato (al menos de nuestro campo) vale o no, al menos como profesor.
Pero volvamos a lo nuestro. El plano semiradioconcéntrico que configuran los canales de Ámsterdam a la salida del Amstel al IJ (pronúnciese eij- dice con sabiduría Carmen Arenas…como el Rijksmuseum ) es espléndido. Un placer para verlo, para estudiarlo, para recorrerlo. No en vano está en la lista del Patrimonio Mundial. Se puede leer en él de forma ejemplar la historia urbana, identificar los magníficos ensanches planificados y construidos al hilo de la necesidad de suelo y de la capacidad técnica para manejar el agua y robar al mar tierra firme. También expresa el desarrollo de la burguesía comercial, la libertad urbana, en algunos casos constituye, como argumenta el reconocimiento de la Unesco, una “ciudad ideal”, una referencia urbana por muchos motivos. Tiene que ver con su crecimiento vegetativo, pero también, sobre todo, con el inmigratorio: primero, los judíos sefardíes expulsados de España y de Portugal en plena edad de oro de la ciudad holandesa, también hugonotes franceses y antitrinitarios diversos como los menonitas de Frisia o los socinianos polacos. Muchos de ellos, gente acaudalada que aumentó la riqueza de la ciudad. Después, y ya peor acogidos, los askenazíes de la Europa del Este; y en tiempos contemporáneos inmigrantes turcos, hindúes de Surinam, antillanos neerlandeses, chinos, magrebíes, también muchos europeos. Más de 45 % de la población de A´dam es extranjera, y además pertenecen nada menos que a 173 nacionalidades. Las calles centrales están llenas, las bicicletas asustan (claramente tienen prioridad sobre el peatón, también) pero admira lo pacífico de la convivencia, la mayor juventud relativa que en el resto de Holanda o de Europa occidental, la diversidad y calidad de entornos.
La historia urbana de Ámsterdam es también por excelencia la de la iniciativa para hacer ciudad bajo el control en el siglo de oro de una oligarquía de grandes familias bien establecidas, a veces no del todo reconciliadas entre sí, con sus conflictos bélicos y religiosos, conflictos que también fueron en algunos casos oportunidades de desarrollar la ciudad y de hacer gala de tolerancia, al menos en comparación con las monarquías católicas del sur de Europa. Una ciudad que tuvo también sus grandes incendios y, con ellos, sus cambios constructivos, abandonando en buena medida la madera y pasando a la piedra y sobre todo al ladrillo.
La evolución de Ámsterdam es paso a paso la de un territorio ganado trabajosamente al mar, a merced de la subida de nivel de este, pero también de la capacidad cada vez mayor de lograr tierra firme mediante sistemas sofisticados de drenaje, de urbanización y de canalización. En la Antigüedad, la línea de costa del mar del Norte llegaba probablemente mucho más al Norte, quizá hasta Groenlandia. A partir del inicio del segundo milenio, el mar alcanzó su cota más alta, lo que obligó a reconquistar tierras: el Zuiderzee tenía entonces su mayor desarrollo. Aunque parece que hubo alguna población prehistórica, el primer documento sobre Aemestelredamme (el dam sobre el Amstel) es del siglo XII, cuando unos pescadores que vivían a orillas del río construyeron un puente sobre él cerca del IJ, que entonces era salado. Compuertas de madera protegían a la nueva población de los desbordamientos del IJ, y la construcción de una esclusa permitió los intercambios entre grandes barcos marinos y los encargados de transportar las mercancías tierra adentro.
Tomo datos de la Guía Verde Michelin que está bastante bien, como acostumbra: la aglomeración comprende hoy 14 pólderes en 110 niveles, regulados por 80 estaciones de bombeo y protegidos del IJselmeer por diques y esclusas. El centro histórico está a 60 cm por encima del NAP (Norman Amsterdam Piel, punto de referencia para medir la altura sobre el nivel del mar, que se encuentra ahora entre los controvertidos edificios de la nueva Ópera y del Ayuntamiento), y el aeropuerto Schipol a 5 metros por debajo. Hay unos 160 canales con una longitud de 75,5 km y una profundidad media de 2,4 m. Impresiona leer el número de pilotes en que se apoyan los edificios, ya que se cuentan por docenas de miles, cerca de 14.000 bajo el Palacio Real, cerca de 9.000 para sujetar la maravillosa Estación Central, cuya reciente ampliación está a nuestro juicio muy lograda. Convertidas en paseantes abrumadas por la referencia de tantas miles de pilotes, jugábamos a hacer apuestas a cada nuevo gran edificio.
El centro histórico
Volvamos a la historia. Bajo la jurisdicción del obispado de Utrecht primero y del Condado de Holanda después, y disponiendo siempre de privilegios fiscales, la ciudad fue creciendo con la construcción de más terraplenes y se fue convirtiendo en el mayor puerto de Holanda. El mar era sin duda su gran riesgo pero también constituía su mayor oportunidad: el Zuyderzee y Ámsterdam se fueron convirtiendo en un centro mundial de comercio, por su buena comunicación marítima, la energía eólica para mover los molinos y los yacimientos de mineral fósil. La ciudad pasó a ser granero de las tierras del norte de Europa. Las estrechas casas de madera se iban construyendo entre dos diques (burgwal), aunque para aumentar el terreno disponible pronto fue preciso ampliar el espacio urbano con nuevos canales y terraplenes.
La guerra de Flandes o guerra de los Ochenta Años con España (1568-1648), al terminar la cual los Países Bajos obtuvieron la independencia (Ámsterdam empezó del lado español para pasarse en seguida al de los Orange) condujo al esplendor de la ciudad, a lo que se llama su Edad de Oro. (Marc Minjan)
Le llevó entonces a emprender sus grandes y maravillosos planes urbanísticos. Con la caída de Amberes en 1585, llegaron grandes oleadas de inmigrantes sefardíes y hugonotes de Francia, incluso prósperos comerciantes de Amberes: las distintas minorías religiosas fueron toleradas en una sociedad que ya era de amplia mayoría protestante (una tolerancia limitada de todas formas: hubo algunas iglesias católicas clandestinas, tuvimos ocasión de ver una en pleno Barrio Rojo, la que lleva el insólito nombre ons’Lieve Helder of Solder, Nuestra Señora del Desván). Se abrió el comercio mundial y se crearon primero la Compañía de las Indias Orientales (VOC, 1602) y después las de las Occidentales (WIC, 1621). La ciudad conoció una enorme prosperidad y una gran estabilidad garantizada por el “gobierno de regentes”, pertenecientes a una amplia, compleja pero también cerrada oligarquía a cuyo cargo corrían todas la facetas del gobierno pero también la provisión de infraestructuras, buenos servicios urbanos, escolarización, hospitales, centros de beneficencia. Fue entonces cuando hubo que crear nuevo espacio residencial para albergar por una parte las mansiones de estas familias y por otra a las clases populares.
El extraordinario mapa de Cornelisz Antonisz de 1538 da idea de la extensión de la ciudad antes de sus grandes planes de desarrollo. Como no pudimos visitar el Museo Histórico de la Ciudad en donde todo está conservado y explicado, fue un placer descubrir ese mapa reproducido en la pared de un característico “café marrón” (De Sluyswacht, cerca de la casa de Rembrandt y del Jodenbuurt). Nos habíamos sentado allí, cansadísimas, tras una minicrisis después de atravesar un pequeño y tremendo rastrillo, decepcionadas porque precisamente este café no tenía las pareces marrones que le atribuíamos; se estaba celebrando una fiesta de jóvenes yuppies. Lola reparó en el mapa y empezó entusiasmada a comentarlo. No me resigno a no incluir la foto, a pesar de los reflejos de las ventanas, por lo que de descubrimiento (tardío para nosotras) tuvo. Es la perspectiva invertida de la ciudad vieja, con el Norte abajo, rodeada por un cinturón fortificado, que corresponde en la parte derecha al Singel y en la izquierda al Klowerniers. El puente central es el que actualmente ocupa el Dam. Llama la atención el altísimo número de barcos en el puerto y en los canales.
Ensanches, mansiones y hofjes: la riqueza de los espacios abiertos semiprivados, o quizá semipúblicos
El primer gran plan de ensanche de la ciudad (Grachtengordel) es del primer decenio del siglo XVII. La ciudad estaba llena a reventar, las casas se mantenían, pero como en tantos otros sitios, crecían hacia arriba con sus característicos remates triangulares, piñones o gabletes con sus poleas para subir los muebles. Se consideró entonces necesario desplazar la fortificación aproximadamente un kilómetro a cada lado (más por el Este que al Oeste) y construir un nuevo cinturón de canales concéntricos. La primera fase empezó en 1610 y se desarrolló sobre todo la parte oriental como muestra el plano de 1657. Tras ampliar el Singel para el transporte de mercancías, se abrieron tres canales paralelos: el Herengracht, de los Señores, que fue el de las grandes parcelas y lujosas mansiones para los más acaudalados comerciantes, con cuyas rentas se pudieron financiar las restantes excavaciones y terraplenados; el Kaisergracht, del Emperador, en honor a Maximiliano I de quien la ciudad llevaba las armas; y el Prinsengracht, o de los Príncipes. Un mapa de 1657, también “sureado”, muestra muy bien la nueva trama de canales y mansiones dentro del nuevo cinturón.
También se incluyó dentro del nuevo recinto el barrio Jordaan (que viene de Jardín), poblado por artesanos y clases populares y construido sobre los fosos que servían para evacuar las aguas de los canales previos. Aquí la trama es más tupida, hay muchas callejas y canales cegados, y, contrastando con el ensanche, las parcelas reproducen la trama agraria previos de estrechísimos longueros con una dirección NE-SO. Se puede constatar en el mapa. Pero la densidad del barrio está contrarrestada por los espacios abiertos que representan los patios interiores de manzanas, que dan acceso a las hileras de viviendas de formas parecidas en cada uno de los patios: son antiguos hospicios, asilos y hospedajes interiores, los llamados hofjes, iniciativas de beneficencia de familias acaudaladas para hospedar o recoger en ellos a niños, viejos, enfermos y menesterosos. Se reconocen desde las calles por las placas de fachadas, el escudo del propietario, o los numerosos buzones de correos de los vecinos. Un tejido de corralas o ciudadelas que diríamos aquí, de patios de vecindad, pero arboladas, llenas de paz, bien conservadas, que a veces se comunican unas con otras y abiertas a toda la gente hasta las seis de la tarde. Verdaderos remansos de paz y de vegetación en el centro urbano.
No son lo mismo estos hofjes que los beguinatos, o begijnhof como se llama en los Países Bajos, en la parte suroeste del primer recinto, cerca de la ruidosa plaza del Spui (de nuevo, pronúnciese spau), ocupada por muchos estudiantes y en el que se reunía el movimiento Provo antisistema de los años 1960. La configuración de los begijnhof consiste en una o dos hileras de casas de las “beguinas” o beatas, desarrollas en torno a un prado con césped, con grandes árboles y casi siempre una iglesia. En el beginhof de A’dam está la casa de madera más antigua de la ciudad, y el espacio es hermosísimo. No se a lo que invita, si a la admiración, a la reflexión, en todo caso al descanso y al silencio.
Con todo, no puedo evitar decir que es mejor aún el begijnhof de Brujas, que visité y fotografié en varias ocasiones porque mi marido el arquitecto José Martínez Sarandeses. lo consideraba como pieza modélica de diseño urbano de calidad y por ello reproducible en determinadas circunstancias. En nuestras sociedades envejecidas, este tipo de viviendas a veces con jardincitos delanteros, separadas pero reunidas en torno a un espacio abierto común, con servicios comunes, gran calidad ambiental, y mejor aún si se ubica en el centro ciudad aparece como una utopía deseada por los que somos de la tercera edad (salvo por la presencia de escaleras, claro). Pasa como con tantas otras cosas, primero se destruye algún modelo tradicional, y luego se reinventa con los instrumentos y los precios y de la modernidad, y también la solemnidad de inventores novatos. Por ejemplo, acabo de oír por radio algo semejante respecto de que hay una “nueva” arquitectura “adaptada al cambio climático” que sería la bien construida y bien aislada. Tantos años con los muros cortina, las fachadas acristaladas, para esto.
Pero hay una cosa evidente que ha llamado la atención de los estudioso: el centro de Ámsterdam en el primer y el segundo recintos, los tipos de modelos y los usos urbanos a los que me he referido, medievales y renacentistas, esponjan la densa ciudad antigua, esa siempre tan comprimida y discutida, hasta el punto de que en muchas ocasiones los higienistas y reformistas decimonónicos se ampararon en su insalubridad para cargársela, como mínimo para ahuecarla. La desamortización religiosa en Madrid o otras ciudades españolas, y la especulación consiguiente, acabaron con los espacios abiertos que suponían las huertas y jardines de los conventos y otros edificios religiosos. Un caso como el de A’dam con esos maravillosos patios accesibles hace pensar en que los límites de la propiedad pública y de la privada no son tan nítidos como se quiere hacer pensar, y que espacios semipúblicos que tienen además la ventaja de ser atendidos y cuidados por los que los viven, presentan grandes ventajas ambientales y de calidad de vida.
Jodenbuurt, Spinoza y Rembrandt
Las familias sefardíes que huían de la Inquisición se instalaron a partir del siglo XVI en el límite sureste del primer recinto: es el barrio judío, Jodenbuurt, que queda cerrado en el este al barrio residencial del Plantage, urbanizado en el siglo XIX. A partir de 1630 llegaron las comunidades azkenatzíes de Europa Central. Solo a finales del siglo XVIII obtuvieron la igualdad de derechos. Fue un barrio muy denso, con todo tipo de comercios, talleres de diamantes, y más cosas que lo singularizaban. En los años treinta del siglo pasado, con la llegada de Hitler al poder, su población se duplicó, pero luego fue diezmada durante el Holocausto.
Por desgracia, mis amigas y yo llegamos a la magna sinagoga portuguesa (Esnoga) cuando estaban cerrándola y solo pudimos entrever hasta qué punto se conserva el interior, igual que en el cuadro de De Witte que está en el Rijksmuseum. En cambio, pasando varias veces por la deslavazada plaza Waterlooplain tuvimos la ocasión de ver los nuevos edificios del Ayuntamiento y de la Ópera, tan controvertidos en el momento de su construcción a finales de los 1980 que se conocen como stopopera. Y probablemente no sin razón.
Allí cerca está la casa museo de Rembrandt que fue propiedad del pintor hasta que sus acreedores la subastaron, y, arruinado, se tuvo que ir al Joordan, donde murió. Está en un barrio ya muy desvirtuado, cerca del rastro cutre que mencioné antes.
Pero la vista de la casa, la contemplación al día siguiente, con renovada admiración de los cuadros de Rembrandt en el Rijksmuseum, me recordaron el episodio de la relación entre el pintor y la familia Spinoza que se narra en la novela El elixir de la inmortalidad de Gabi Gleichmann, publicado en español por Anagrama. Es la saga familiar de la familia Spinoza, la historia de treinta generaciones desde su origen en Espinosa de los Monteros hasta los campos de concentración, con el hilo conductor de la narración del último miembro de la familia.
En el libro la historia de la relación entre la familia Spinoza y el pintor llamado aquí Meester pero que habita, como lo hizo Rembrandt, en una magnífica casa en Jodenbreestaat 4, es particularmente atractiva. Michael Spinoza, bien considerado en la congregación judía de la ciudad, encarga al pintor, para celebrar su cuadragésimo aniversario, el retrato de su familia. El pintor, satisfecho con el encargo porque tiene una necesidad acuciante de dinero, exige libertad absoluta para ejecutar la obra. Pero esta se retrasa, el pintor se ve afectado por la muerte de su hija recién nacida, y también de su mascota, un pequeño chimpancé al que llamaba, significativamente, Caravaggio. El dolor y la desesperación de Meester-Rembrandt adquiere una curiosa y patética manifestación: no consigue recordar la cara de su hija pero en cambio a su pequeño animal lo ve con enorme claridad. Presa de un gran sufrimiento, no consigue pintar; hasta que Spinoza exasperado le reclama el retrato, y él se lo lleva, el fruto de tantas sesiones de posado, pero sobre la cara de uno de los hijos ha pintado la cara del chimpancé. El cliente monta en cólera, pero el pintor se niega a rectificar, y el lienzo queda en su taller, envuelto en papel, hasta su muerte. La obra se conoce por Caravaggio en compañía de la familia Spinoza y está ahora, dice el narrador, en un museo de la ciudad. Al crítico Bernard Berenson se le habrían saltado las lágrimas al verla, y habría exclamado: “¡Los milagros existen para quien cree en ellos! Es una obra de tan explosiva fuerza artística que abrió un camino nuevo en el arte europeo”. El niño “caravaggiado” sería nada menos que Baruk Spinoza.
No es solo que la historia sea divertida y singular: es que con motivo de ello se presenta una imagen muy atractiva de la ciudad de la época, de los rabinos, de las heterodoxias, de las lecturas prohibidas de la Torá. Baruk Spinoza sí aparece en un cuadro de Rembrandt, es el Saúl, de David y Saúl (información oída en BBC).
Urbanismo decimonónico y arquitectura contemporánea
Los siglos XVIII y XIX suponen una disminución de la prosperidad de Amsterdam. La expansión urbana se detuvo. En un plano de en torno a 1770 se advierte el recinto casi completo, el trazado urbano del Amstel, el lago sudoriental ha sido colmatado y puesto en cultivo pero la ciudad ha dejado de crecer. Hay que esperar que llegue la revolución industrial, cuando las comunicaciones han mejorado considerablemente a través del canal que une a la ciudad con el Rin, y del Nordzee Kanaal que abre al puerto el acceso al mar del Norte.
Solo en 1870 empieza la expansión residencial fuera del recinto del siglo de oro, como parte de un plan que no fue ejecutado. El Plan Kalf de 1876 respeta el plano concéntrico extra-muros. En cambio la estación central se ejecuta sobre tres islas artificiales creadas al norte, sobre el IJ, en el emplazamiento del puerto. Se convierte en la entrada de la ciudad del nuevo siglo, tanto nudo ferroviario como estación fluvial que conecta a la ciudad con la orilla norte y con las instalaciones manufactureras y portuarias del oeste.
Los dos grandes ensanches planificados entre 1920 y 1940 son los del Sur (Plan Zuid) del Oeste. En ambos se rompe ya la trama concéntrica: el del sur contiene rasgos funcionalistas propios del arquitecto que lo proyectó, Heindrich P. Berlage, el autor del edificio de la Bolsa, uno de los más emblemáticos y representativos de la ciudad. En el plan oeste hay ya estructura en bloques. A los años sesenta corresponden numerosos y grandes ensanches previstos en el plan general de Expansión de 1935 que quedó postergado por la guerra.
Las áreas de mayor transformación reciente que hemos podido nosotras conocer son las que extienden a la ciudad hacia los muelles del Oeste, antigua zona obrera e industrial, con arquitectura muy moderna, enteramente renovada. Es el conjunto Ijdock. De hecho los edificios están diseñados a partir de “los vacíos” entre ellos, es decir que primero se dibujaron los huecos que separarían a unos de otros. Allí, además del hotel Aitana en el que nos alojamos, estaba también el Palacio de Justicia, un asombroso edificio con un enorme y desproporcionado alero que no dejaba de asombrarnos por mucho que pasamos bajo él. Nuestro hotel y su entorno adoptaban caprichosas siluetas supongo que para permitir las vistas de la orilla norte del IJ.
Al borde del IJ han llegado elementos icónicos, de una arquitectura de autor muy identificable. Al Este el museo de la Ciencia de Renzo Piano, esa quilla de barco verde hundida que llama tanto la atención. Y al oeste operaciones igual de llamativas que tienen sin duda el afán de impulsar el crecimiento hasta esta zona. Por una parte el Eye, nuevo museo del cine que pretende ser la imagen de marca de este nuevo y futurista ensanche norte, y respecto del cual se habla de arquitectura origami o de papiroflexia. A su lado está la antigua torre de Shell, rebautizada como A’dam Toren, en busca todavía creo yo de su sentido y de su destino, pero que por el momento tienen ascensores llenos de luces y apostando por el vértigo, restoranes y una terraza panorámicos. De su ambigua identidad, entre parque de atracciones, reclamo turístico, y al fin y a la postre una simple torre cerca del agua, dan fe unos columpios en la terraza que se balancean sobre el mar.
Quizá estos dos últimos casos sean los últimos ejemplos, por el momento, de una secuencia muy poblada de edificios llamativos de arquitectos renombrados que a lo mejor están queriendo renovar y modernizar la imagen de la ciudad. Baste mencionar la Bañera, sobrenombre de la gran actuación sobre el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, el Stedelijk, en la explanada de los Museos frente al Rijksmuseum. O el NEMO, la conocida proa de barco saliendo del mar, obra de Renzo Piano, que es el edificio que acoge al museo de la ciencia.
Probablemente a través de estas llamativas e insoslayables referencias, Ámsterdam busca una nueva imagen. Quiere consciente o inconscientemente salirse de la referencia poderosa de su plano radioconcéntrico, de sus canales, y de sus casas. Estas están magníficamente conservadas, y el mayor peligro, como en tantos otros sitios, parece ser la gentrificación, que hace inaccesible cualquier localización central, y también y sobre todo la masificación del turismo. Sin duda por sus calles se oye otro mar, el de la gente y las bicicletas.
Josefina, !qué maravilla de relato! No solo por la apabullante labor de información sino porque, además, está escrito de la forma más amena que se pueda imaginar y fácilmente comprensible para los profanos en la materia.
Mil gracias porque, personalmente, me supone el mejor y más documentado recuerdo de un viaje muy divertido al que tú le has puesto la dosis complementaria de sabiduría y conocimiento.
Un abrazo
Angeles
Gracias, Ángeles, pero ¡qué va! le fuimos todas dando sentido, caminando, pensando, riendo, y malcomiendo por cierto. Yo solo quería tratar de contestar a la pregunta de Carmen, cuando desde los canales, cruzamos el IJ en el barquito: «Pero ¿es agua salada o dulce? Pues, ¡las dos cosas! Besos
Me ha encantado lo que se dice, por su rigor, y como se dice, por el entusiasmo.
He rememorado Amsterdam, pero sobre todo esa sensacion de viajar y descubrir compartiendo con amigos, tan gozosa; y lo mas sorprendente, lo he hecho sentada en una banqueta de mi cocina.
Gracias.
Mira quién fue a hablar de rigor y de entusiasmo. Sabemos las dos y algunos otros de nuestro grupo, empezando por su «catedral» ,el placer que es descubrir y discurrir con otros ciudades y paisajes. Yo había estado varias veces en Amsterdam, unas con José y coche, mala cosa, lo del coche claro (quizá también lo de José porque tenía una cabeza portentosa para orientarse y visualizar el plano, y se impacientaba porque yo no), otras por trabajo. Pero no con ese descrubrimiento deambulante: lo pasé muy bien, y de verdad volví obsesionada con lo de la línea de costa. Será la parte de geógrafa que llevo dentro.
en todo caso, en cuanto acabes clases, nos vamos a descubrir los varios sitios que tenemos en la cabeza, y a reir. Besos, querida Ester
Muy buen reportaje. Muy interesante y muy bien planteado. Da para una clase. Muchas gracias, Josefina.
Sabes que lo pienso de costumbre: «¿les daría para una clase?». Así que se lo que significa ese elogio. Gracias, Elia.
He leído tu post con asombro y admiración. Con toda legitimidad se puede decir aquello de que nunca fuere viaje tan bien aprovechado como este, a pesar de su brevedad. Muchísimas gracias por haber hecho este esfuerzo. (Y que conste que me quedé con ganas de probar el agua del IJ).
Ese comentario suscitó toda la obsesión que me dio al retornar. Quizá si hubiéramos probado el agua del IJ no habríamos aceptado que nos dieran en el sofisticado restoran del alto de la torre moderna del otro lado del susodicho ese kilo de inmundo salchichón, sin pan ni cubiertos, en vez de las cinco sausages que solicitamos. ¡Y a precio de champán del IJ! Ese salchichón party no se nos olvidará. Pero lo urgente es que ya tengamos otro destino en mente. A ver si soy capaz de estudiármelo antes de ir y no a la vuelta. Besos Sandy.
Pues me alegro que te haya gustado. Mira en el mismo blog, publiqué algunos años después una crónica más completa con motivo de un recorrido por allí.
https://josefinagomezmendoza.com/visita-a-las-hurdes-junio-2016/
Creo que ahí hay bastante bibliografía.
Pero lo que tienes que hacer, si no lo has hecho, es ver la película de Buñuel Tierra sin pan.
Por cierto, el año pasado estrenaron una película de animación sobre Buñuel en las Hurdes, que yo no he visto, lo tengo pendiente, me han dicho que está muy bien.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/dias-de-cine/bunuel/5171018/
Por mi parte yo publiqué una cosa sobre el geógrafo antropólogo Legendre que escribió el libro de las Hurdes en la que se inspiró
Buñuel para su libro, pero está en francés. si quieres después de leer lo primero te mando el link a esto.