Hace ya dos años que ha muerto Alfredo Bolsi, profesor emérito de la Universidad Nacional de Tucumán e investigador del CONICET argentino. Sus amigos, sus colegas, sus discípulos, los que con él compartieron proyectos, ideas, entusiasmos, éxitos y fracasos le han rendido el 20 de noviembre pasado, “día del geógrafo”, un cálido homenaje. Antes se habían publicado unos Breves comentarios para evocar su figura, y a ellos remito. Lo que pretendo en este post es algo más modesto, trazar una semblanza primero, y hablar de la colaboración que tuvimos con él y con el Instituto de Estudios Geográficos de Tucumán los geógrafos de nuestro grupo de investigación de la UAM y, sobre todo, compartir algunas de las emociones y descubrimientos geográficos que nos brindó.

Bolsi había nacido en Rafaela (Santa Fe) pero por circunstancias familiares estudió en Tucumán donde obtuvo la maestría. Apenas con treinta años partió para el Chaco, a la Universidad Nacional del NE en Resistencia, porque ofrecía la oportunidad de la dedicación universitaria exclusiva, y allí permaneció veinte años. En 1969, la obtención de una beca de la Fundación Guggenheim le permitió estudiar en Berkeley con Carl Sauer, lo que marcó su modo de entender y hacer geografía, buscando los encadenamientos históricos y geográficos que explican la morfología de los paisajes. Y, en efecto, Alfredo Bolsi contribuyó a fundar en Resistencia el Instituto de Estudios Geohistóricos, del que fue el primer director, para lograr un lugar de trabajo lo más sereno posible frente a las convulsiones políticas. El historiador Maeder ha relatado de forma muy sugerente cómo ambos estudiaron las misiones jesuíticas de los siglos XVII y XVIII: Maeder aportó una documentación estadística excepcionalmente rica de unas poblaciones considerables (que oscilaron entre los 80.000 y los 140.000 habitantes) y Bolsi la sistematizó, midió su evolución e incorporó la de la población guaraní.  Fueron semanas inolvidables, dice Maeder, de trabajo, en que celebraban juntos los hallazgos y la confirmación de cualquier hipótesis, “logrando la integración de las dos disciplinas [historia y geografía] para interpretar la ocupación del espacio, el poblamiento, los sistemas productivos, la urbanización”. Siguieron trabajando sobre los Chiquitos en Bolivia y la dinámica demográfica de los guaraníes en la época post-jesuítica.  En UNNE también trabajó el profesor Bolsi en cuestiones demográficas y con otro gran geógrafo Enrique Bruinard sobre la ciudad de Resistencia y su región.

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Alfredo Bolsi nombrado profesor emérito en la Universidad Nacional de Tucumán. Fotografía facilitada por la profesora Doctora Ana Isabel Rivas

De vuelta a Tucumán en 1987, Alfredo Bolsi se consagró como creador de grupos y redes de trabajo, sin dejarse vencer por las dificultades institucionales y administrativas. Empezó en 1988 por presentar su tesis doctoral sobre “Misiones. El problema de la yerba mate y sus efectos sobre la ocupación del espacio y del poblamiento” bajo la dirección del profesor Zamorano de la Universidad de Cuyo.  Creó el Instituto de Estudios Geográficos de San Miguel de Tucumán que dirigió, y radicó en él la maestría y los estudios de doctorado en ciencias sociales. Se rodeó de un buen equipo de colaboradores y, cuando las circunstancias lo permitieron, estableció los contactos oportunos con el extranjero, en España con nosotros en la Universidad Autónoma de Madrid y con la Universidad de Córdoba. Consiguió con delicadeza, pero también con firmeza, de los numerosos profesores visitantes estancias suficientemente largas como para que las colaboraciones dieran fruto. En 1993 aparece la revista Población y Sociedad de la que fue director-fundador, con el fin de recoger el trabajo multidisciplinar en ciencias sociales en un contexto territorial específico que es el NOA, el noroeste argentino, y publicando en español, en inglés y en portugués. Para ella se ocupó de preparar en 2007 junto con Raquel Gil un dossier sobre Naturaleza y Cultura, para responder al escándalo de que los estudios sociales hubieran expulsado al espacio, a la geografía y a sus razonamientos (a veces también al mismo tiempo histórico) y se contentaran con la hipótesis de un escenario inmóvil y previo. ¡Cuánto hemos luchado juntos contra esta actitud tan susceptible de hacer errar las interpretaciones! Ya en este siglo Bolsi tuvo un papel protagonista en la creación del Instituto Superior de Estudios Sociales, dependiente a la vez  del CONICET y de la UNT, con vocación de excelencia y, desde donde él realizó sus últimas investigaciones  (en particular sobre la distribución de la pobreza) y dejó la semilla para muchas otras. Destaca Fernando Longhi en el artículo in memoriam que le ha dedicado que el rigor y la ética del investigador (que debe ser discutida pero nunca olvidada) se unían en Bolsi a la humildad hasta el punto de poner como epígrafe de  su escrito estas palabras de Helder Cámara: “quisiera ser humilde charco de agua / que refleja la luz del cielo”.

Concepción Sanz y yo nos encontramos con Alfredo Bolsi en San Miguel Tucumán a principios de noviembre 1996. Era la primera etapa de uno de los viajes más extraordinarios que yo haya hecho (vino también a la parte no académica mi hijo Andrés) que nos llevó de Buenos Aires a Tucumán, después Salta, Cafayate y Jujuy (hasta la frontera boliviana con la deslumbrante quebrada de Humahuaca); más tarde, en un solo día de saltos aéreos volamos con etapa en el Aeroparque a Río Gallegos en la Patagonia meridional y luego, en bus, a Calafate, el Perito Moreno, el Fitz Roy y navegando el lago Argentino al glaciar Upsala; y finalmente Puerto Madryn, Península Valdés y Trelew  antes de volver a Buenos Aires y a España. Yo había estado ya en la UNT unos años antes, cuando fuimos a establecer contactos para desarrollar docencia de postgrado e investigación conjunta. Juan Alberto Roccatagliata me lo había dicho de forma rotunda: “y desde luego, Tucumán con Bolsi”. Pero en aquella ocasión no estaba el profesor en la ciudad, y fuimos recibidos por el que luego también se convirtió en amigo y excelente guía a Santiago del Estero,  Enrique Würschmidt. Con todo, el convenio se firmó entre nuestras dos universidades, Rafael Mata fue el tutor de la parte española y empezaron los intercambios. En este marco, fuimos Concepción y yo invitadas como profesoras visitantes.

Al pie del avión nos recibió un Bolsi, divertido,  cariñosamente irónico, muy señor, apunté yo esa noche en mis notas de viaje. “Con las mujeres uno no sabe si viajan o se mudan”. En nuestro descargo se puede decir que entonces había que trasladar muchas trasparencias para las clases con el sobresalto,  siempre, de si habría retroproyector en condiciones. Por cierto, otro aparato más que ha pasado por nuestras vidas profesionales de forma protagónica, como se dice ahora, sin dejar huella, como el fax, como los CDs….

Dos días después Alfredo y su mujer Negrita (siempre nos permitió llamarla así, mientras que a él nunca nos atrevimos a decirle Indio) nos llevaron a Tafí del Valle. En el desayuno, nos regaló de nuevo con su maravilloso humor, una de esas frases que graban en la memoria una situación para siempre. Ante mi preocupación por si podría tener mi indispensable zumo matutino natural de naranja, Alfredo, rezongón, corrigió: “Jugo, querida, aquí no hay más Sumo que el Pontífice”. Ignorante de mí, Tucumán es uno de los centros mundiales de producción de cítricos que han ido sustituyendo a la caña, y de “jugos” de naranja, tomate, duraznos, manzana sabrosísima, etc. En efecto, en el camino hacia Tafí, por Famaillá, Acheral y Achena, siguiendo el río Dulce, el paisaje de la caña y de los ingenios está siendo reemplazado sistemáticamente por las plantaciones de cítricos: consecuencias de las políticas alternantes, nos cuenta Bolsi, tan frecuentes en este país (y en España), primero regulación fuerte, y luego, desde 1989, desregulación.

Más tarde empiezan los deslumbramientos: ni qué decir tiene cómo se puso Concepción, ella tan biogeógrafa, al llegar a las primera yungas andinas, en las que reinan el laurel tucumano (ayuinandí), los lapachos, jacarandas, cebiles, tipas, etc. árboles de gran porte y tronco  grueso cubiertos de lianas y epifitos, por encima el bosque de mirtáceas y el bosque monoespecífico de alisos, más arriba el pajonal. Bosques sobre materiales muy alterados que sufren importantes desprendimientos pese a la sujeción vegetal, por razones antrópicas conjugadas con lluvias muy fuertes y frecuentes. El valle de Tafí es espectacular: una fosa tectónica, colgada, limitada al oeste por las sierras del Aconquija y las Cumbres Calchaquíes y accidentada en su interior por la Loma Pelada. El pueblo de Tafí está situado en el interior del valle.

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Yunga tucumana (Valle de los Sosa). Fotografía: Josefina Gómez Mendoza y Concepción Sanz

El maestro Bolsi, el gran interpretador de la génesis del paisaje, nos suministró entonces todas las claves de la historia territorial: una antigua encomienda hispana sobre un territorio de indios calchaquíes que no les hacían a los españoles la vida fácil. Poco a poco, se va reduciendo la población indígena y, al mismo tiempo, se abren las Cumbres al tráfico por el oeste (aquí a los puertos de montaña, los siguen llamando abras). Lo que da lugar a un cambio productivo, el valle se hace ganadero y se convierte en lugar de invernada. En torno a 1700, los encomenderos les venden las tierras a los jesuitas, Tafí deja de depender de Potosí y se organiza en hasta seis grandes estancias o potrerías, por las que va rotando el ganado sin que haya constancia de sobrepastoreo. Sí consta la llegada de mano  de obra esclava, traída por los jesuitas, lo que expresa hasta qué punto había disminuido la población indígena. Todavía hoy, nos contó Alfredo, no se ha recuperado en el valle una población en cantidad parecida a la de la época precolombina. En 1777, los jesuitas son expulsados y el valle queda en manos de una Junta de Temporalidades que vende las estancias a la oligarquía tucumana, pero esta en todo caso mantiene el modelo de potrería para organizar el espacio.

En 1940, se abren vías para un mejor acceso y vuelve la agricultura al descubrirse las cualidades del Valle para el cultivo de papas de siembra. Eso sí, el estanciero no sabe nada de agricultura y tiene que llamar a otros, que acuden con criterio minero: sobreexplotar el recurso sin preocuparse de la erosión. Esta, tan intensa, se debe de todas formas más bien al ganado, sobre todo al ganado español, de pezuña más puntiaguda, mientras la llama la tiene más redondeada. Ahora se recogen papas que se siembran protegidas por grandes cortavientos; también ajos;  y queda todavía ganado. Visitamos una estancia, la de la familia Chenaut, la casa con el casco, unos porches amplísimos lo que ayuda a la regulación térmica y con los puesteros distribuidos estratégicamente. Está empezando el turismo en el Valle, y aparecen también los contrasentidos arquitectónicos de chalets de apariencia suiza, en condiciones ambientales peores.

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Valle de Tafi entrando el mar de nubes desde las vertientes orientales. Foto Josefina Gómez Mendoza y Concepción Sanz

El valle y los Bolsi nos reservaban todavía una sorpresa. O mejor dicho, dos. La primera fue que a la tarde empezó a entrar el mar de nubes en el valle, era el alpapuyo, nos dice Alfredo, de alpa, tierra, y puyo, manto. Y la segunda sorpresa: en la casa que la familia Bolsi tiene en Tafí estaban sus hijos, una de ellas una niña preciosa de menos de dos años que era su “hija de tránsito”. Porque además de todo, Alfredo y Negrita han sido generosos y bondadosos padres “de tránsito”, han tenido, nos contaron, hasta doce niños provisionalmente,  para cuidarlos, para quererlos, hasta que estuvieran en condiciones de marchar con sus padres adoptivos definitivos. Nunca olvidaremos Concepción y yo a aquella niña y el desgarro que nos pareció que tenía que producir dejarla marchar. Tampoco olvidamos que Alfredo nos ha contado después emocionado que habían ido a las puestas de largo o a los casamientos de casi todas sus “hijas de tránsito”.

Volvemos al caer la tarde a San Miguel, a tiempo para que yo pueda dar una clase, creo que era sobre planificación territorial y ambiental. Pero la verdadera lección, el verdadero magisterio, en todos los sentidos, los habíamos recibido nosotras. “Prohibido encandilar” nos contaron Alfredo y Negrita que se decía para prohibir deslumbrar con luces excesivas de los coches. Pero estaba, sí, “permitido encandilar” con el conocimiento, con la generosidad al compartirlo, con la afabilidad, con la amistad.

Hemos vuelto a ver a Alfredo Bolsi muchas veces más. En Congresos en España y de nuevo en San Miguel de Tucumán. A mi me hizo el honor más tarde de proponerme a la Academia de Geografía argentina: desgraciadamente todavía no he podido por diversas razones ir a tomar posesión. Cuando lo haga, seguro que será con la emoción de su memoria. Concepción estuvo al menos otra dos veces en Tucumán y en los faldeos andinos: compartiendo conocimiento, investigando, con Pedro Molina, con Paula Cid. Siempre nos han tratado con exquisita atención, con cariño. Gracias Alfredo, gracias Negrita.

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