Me coinciden un largo y gozoso recorrido por las calles de Lyon con la noticia de que una editorial de Logroño, Pepitas de Calabaza (que tiene el regocijante sentido del humor de anunciarse como «una editorial con menos proyección que un cinexin pero con muchas más luces»), ha publicado por primera vez en España y en nueva traducción La Ciudad en la historia de Lewis Mumford. En el libro de 1961, Mumford presagiaba que con el final de los límites de la ciudad por el estallido urbano, se produciría también el final de la ciudad como lugar de acogida del extranjero y lugar de memoria del ciudadano.

Lyon es una de las ciudades de mayor legibilidad geográfica e histórica que yo haya conocido, no exenta de trampas en lo geográfico ni de traumas en lo histórico. La idea de la ambivalencia y de la dualidad que habitualmente se le asocian pueden parecer tópicos, pero saltan a la vista. Dos ríos muy diferentes entre sí, demorándose la urbanización de la confluencia hasta la segunda mitad del siglo XX, por tanto  una Península intermedia ocupada por la ciudad moderna, con cuatro muelles, pero también las dos colinas que representan la ciudad histórica, la de la ciudad vieja medieval y renacentista de la Fourvière al Este en la orilla derecha del Saona  y la de la Croix Rousse al Norte de la Península, la industriosa, en la que los obreros de la seda, los canuts, tejían casullas de seda y oro para los grandes de la iglesia, como dice canción, y se rebelaron repetidas veces dadas sus durísimas condiciones de vida (que tan bien expresa la edificación y la trama urbana)[1].

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Litografía de Lyon desde la Croix Rousse al Norte. Alfred Guesdon. La Fance à vol d’oiseau 1848

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Vista actual de Lyon desde el Sur con la confluencia entre Saône y Rhône

Se disfruta mucho del paseo por la Península central pero es en la Ciudad Vieja y la Croix Rousse donde radica la verdadera singularidad de Lyon son sus pasadizos, patios y traboules, convertidas estas en el verdadero símbolo de la ciudad. Parece que la palabra viene de trans-ambulare, es decir más transambular que deambular, pero lo cierto es que suponen una porosidad de la ciudad escondida a la vista, que cuando se descubre no se puede dejar de seguir buscando. «Las traboules que fueron escamoteadas a los planes de alineación y a las ordenanzas, que cortan transversalmente las fincas y las casas, que a veces se ramifican en ellas, son unos pasadizos que materializan el reverso del pensamiento, de una textura que se ha hecho penetrable». Las traboules que establecen puentes, cortocircuitan la ciudad, unen calles paralelas que no tendrían que reunirse nunca, «tejen la red de una ocupación más soberana del suelo». Gilbert Vaudey que ha reunido en un pequeño libro textos literarios sobre El gusto por Lyon no duda en reconocer en ellas un inconsciente urbano a cuyo descubrimiento todo buen conocedor se verá obligado a arrastrar al amigo, afortunado visitante[2]. Lo mismo ocurre con el descubrimiento que Paco Quirós nos ha generosamente ofrecido tantas veces de corredores, corralas y ciudadelas de Madrid, Oviedo, Santa Cruz de Tenerife y  demás ciudades españolas[3]. Desde el exterior no se puede atisbar el interior: hay que disponer de buenas (o buenos) guías para encontrarlas, para escrutar con éxito fachadas herméticas que esconden tras sí tantos espacios de historia y de relación de interiores y traseras.

Pero en Lyon hay otro elemento que añade riqueza y complejidad a esa red oculta de vías. Ambos barrios históricos se desarrollan en altura, de modo que no solo las calles interiores se despliegan por escaleras, sino que muchas de las exteriores son fuertes pendientes que tratan de alcanzar más altas cotas y  cuyos nombres no disimulan su condición: son  las  montées, la montée de Saint Sébastien, des Épis, de Saint Barthélémy, etc. Por ello, y porque en la Croix Rousse se daban las grandes densidades obreras, es notable la verticalidad de las fachadas y de las chimeneas, una casas tan altas que ahogan y aplastan  calles mínimas, donde la luz solo entra cuando se ha logrado abrir un diminuto espacio, una pequeña plaza, en pendiente como delata la línea de la acera. La porosidad, cuando existe, es interior, en espacios abiertos ensanchados, donde se ha conseguido concentrar rayos de sol e instalar algo de verdor.

Estos sitios de Lyon son los incluidos en la lista del Patrimonio de la Humanidad (ver también) por la UNESCO, y los que quedan delimitados en el perímetro declarado. La Croix Rousse era, como es fácil de presumir, absolutamente insalubre en la época industrial. Flora Tristan, una reformadora social decimonónica  que murió en el intento, lo dejó escrito muy crudamente a su paso por Lyon en su Tour de Francia: casas cuartel, uniformemente oscuras, negras, sin el menor atisbo de adorno, calles frías, húmedas, enlodadas, «desde donde para ver la luz hay que alzar la cabeza para vislumbrar un trocito azul entre dos altas murallas». «Se  cree uno en la cárcel […] Produce un sentimiento de tristeza y de rabia enorme. […] Se parece mucho a las ciudades inglesas, que carecen de todo, de aceras, de limpieza, de amplitud de las calles, de confort». [4]

¿Cómo reconocer hoy estos barrios que son objeto de culto para todo el que gusta de la ciudad, en las casas  recién pintadas, unas de los colores amarillos y ocres del sur, otras de color blanco sucio, o también de esos colores rosas tan habituales en centro Europa, en las traboules a veces ocupadas por comercios singulares y llamativos? Probablemente el que el barrio se haya conservado, saneado y desdensificado, haya que agradecérselo en primer lugar a la capacidad de resistencia de los habitantes, pero sobre todo a la topografía adversa, a la posibilidad  de disponer de suelo en la Península: todo ello habría hecho innecesarias las masivas demoliciones decimonónicas, en nombre de la ventilación y de la circulación, demoliciones que en tantas y tantas ciudades no han tenido vuelta atrás y han acabado con la memoria urbana.

Sin duda hay que agradecérselo también a que tras los años de un urbanismo frenético a mediados del siglo pasado, hayan venido tiempos más sosegados y cultos de rehabilitación, y de desahogo[5], que si bien han habilitado en parte esos barrios para el turismo (al menos los de la Ciudad Vieja), ni los han convertido en parques temáticos, ni les han impuesto funciones que no cabían en ellos. Los museos Gadagne acogen hoy testimonios de la historia de Lyon desde los romanos, en un bello palacio del Renacimiento restaurado, pero con sus patios,  escaleras de caracol, sus jardines suspendidos. Uno de los movimientos vecinales de la Croix Rousse es claro en sus intenciones: “Sauvons les pentes de la Croix Rousse” (salvemos las cuestas de la Croix Rousse). No puedo menos que pensar la distancia que media entre reivindicación tan consciente y esforzada y aquella descerebrada campaña publicitaria que auspiciaba el alcalde Ruiz Gallardón en el Madrid de las grandes y desorbitadas obras públicas de los años anteriores a la crisis: «Os dais cuenta de lo que sería Madrid si nada hubiera cambiado…». Podría contestarse que en unos casos peor (como era la intención del anuncio), pero en otros mejor: ni siquiera se les pasaba por la cabeza que la historia de una ciudad también es cultura.


[1] Una de las referencias de mi juventud fue la canción de los Canuts por Yves Montand: “Mais notre règne arrivera quand votre règne finira. Nous tisserons le linceul du vieuz monde car on entend déjà la révolte qui gronde. »

[2] Le goût de Lyon. Textes choisis et présentés para Gilles Vaudey, Mercure de France, 2004. La primera cita es del prólogo del recopilador, páginas 15-16, la segunda de Francis Marmande, La ville à l’envers, 1981, páginas 107-109.

[3] Quirós Linares, Francisco (1982): “Patios, corralas y ciudadelas. Notas sobre la vivienda obrera en España”, Ería, Revista de Geografía. Reproducido en Estudios de geografía histórica e historia de la geografía. Obra Escogida, Universidad de Oviedo, 2006.

[4] Tristan, Flora (1843-1844): Le tour de France. Journal. Citado en Le goût de Lyon, págs. 35-38.

[5] Lo que Gustavo Giavannoni llamaba en 1913 diradamento edilizio asimilándolo a los aclareos de las masas boscosas, para desahogarlas.

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