Fui a Japón en agosto de 2013, con Neus, con motivo de un congreso de la UGI, al que me cuidé de no asistir, visto lo por ver en Kyoto. Desde entonces me obsesiona y me fascina. Al contrario que Lévi-Strauss (perdóneseme la inmodestia) que habla de la muy precoz emoción estética que resintió ante las estampas japonesas que había en su casa, no me había sentido tentada por Japón, en mi ignorancia, y había preferido la India y China. Mejor dicho, solo me había interesado por la arquitectura, a rastras de José Sarandeses y con el apoyo de su magnífica colección de libros sobre el Katsura y otros templos y palacios. De ello tendré que hablar en otro post. La visita de aquel verano a Kyoto, Inari, Nara y Tokio por este orden, la ayuda inestimable de Neus para introducirme en la estética y la cocina japonesas, y para que nos orientáramos sin problemas en el metro de Tokio (incluida la estación de Shinjuku, por donde circulan más de dos millones y medios de viajeros al día y cinco mil trenes y metros) han revolucionado mis pasiones.

En el hotel de Kyoto, Elena Beltrán me habló del libro de Benedict, El Crisantemo y la Espada, que yo no conocía. En una librería de Tokio lo compré, junto con otro más reciente The Japanese mind, una colección de ensayos sobre conceptos clave de la cultura japonesa, escrito por estudiantes universitarios con motivo de seminarios interculturales. Lo digo, no porque sean libros comparables en categoría, sino para demostrar que sigue habiendo culturalistas que se sitúan en la estela de Benedict, sobre todo japoneses, a pesar de las críticas de las que el libro de la antropóloga americana ha sido objeto, y que son el motivo de este post.

A mí The Chrysanthemum and the Sword, en aquella primera lectura (incompleta, en el viaje de vuelta), me deslumbró sobre todo por la lógica impecable en el desarrollo del argumento y por cómo transmite la autora su descubrimiento “desde lejos” de las claves de una cultura. “Desde lejos” porque son conocidas las circunstancias: fue un encargo de 1944 de los Office(s) of War Information y of Strategic Studies, cuando EEUU todavía estaba en guerra con Japón, para que la antropóloga aplicara sus Patterns of Culture (1934), sus modelos o patrones culturales, al caso de Japón, y desvelara el “enigmático” país a los norteamericanos  con el fin de hacer posible que el general MacArthur lo administrara tras la victoria. De modo que Benedict tuvo que contentarse con su conocimiento del oficio, toda la bibliografía existente, y sobre todo con las informaciones que le transmitieron los japoneses residentes en USA que entrevistó, aspecto este que fue clave en los derroteros que tomó el trabajo, como comentaré luego. El libro se publicó en 1946 y lo único que en la primera lectura me escandalizó fue que ni se mencionan las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto 1945, que me parecían motivo más que suficiente para haber interrumpido la publicación o al menos haber añadido algo antes de la misma. Curiosamente, no he leído nada sobre ello en la abundante literatura crítica que se le ha dedicado. Tan grande fue mi entusiasmo por el libro que lo terminé de leer, ya en versión española, en una aciaga noche hospitalaria de insomnio. E incluso que, como todo lo que me interesa lo comparto con mi amiga Elena Arnedo, se lo aconsejé entonces para su tertulia literaria, y ella, probablemente por conmiseración hacia mí en aquellos momentos, lo sugirió, suscitando por parte de sus contertulianas, una lectura desganada y fuera de contexto.

Antes de seguir adelante, debo decir que tras descubrir Crisantemo, y el último día de nuestra estancia en Tokio, y en Japón, nuestra amiga Beatriz Marco, consejera de turismo de la Embajada española, nos anticipó la tesis de Lévi-Strauss de que si en Japón puede darse tanta coexistencia de modernidad y de tradición es porque no ha habido una ruptura traumática con el Antiguo Régimen, del tipo la Revolución Francesa, una “disolución de todo lo sólido anterior” (en la expresión de Marx), sino una reelaboración de la tradición durante la reforma Meiji (1868-1912) con fines de construcción nacional. Yo me quedé barruntando la idea, hasta que he leído L’autre face de la lune. Ecrits sur le Japon, esa manifestación del enamoramiento del antropólogo francés por Japón que como dice su prologuista atenúa su estructuralismo.

Tren

La tesis del libro de Ruth Benedict es bien conocida. Por contraposición a las culturas de la culpa (guilty cultures) de nuestras sociedades, en los que la culpabilidad se redime con la confesión y el marcador se pone de nuevo a cero, Japón pertenecería a la cultura de la vergüenza (shame culture) que supone, además de mortificación propia, crítica y sanción externas, y requiere un público acusador, al menos un público imaginado. Todo ello da lugar a un sistema de normas y obligaciones [el on, el giri, el gimu, etc. de cuyas diferencias Benedict da cuenta minuciosamente incluso con una esquema] que establecen un orden jerárquico en el que “cada cual ocupa su lugar”, según generación, sexo o edad, y todos confían en este orden. Lo que explica “el dilema de la virtud”, que la vida o el comportamiento total de una persona estén parcelados, en los distintos círculos de las obligaciones y de sus recíprocos, las devoluciones de las deudas, o los deberes contraídos.  Lo que estaría en parte en relación con la dualidad del carácter japonés, a la vez agresivo y pacífico, insolente y cortés, desidioso y esforzado, leal y traicionero, rígido y adaptable, dualidad de la que parte el libro y que constituye, para la autora, el enigma japonés. Tanto la espada como el crisantemo forman parte de la imagen.

Contado de esta forma puede resultar una caricatura, pero, créanme quiénes no hayan leído a Benedict, es un libro no solo muy sugerente, sino también generoso y tolerante, aunque después se le haya negado el pan y la sal. A mí, una vez reposada la lectura y vuelta a mi ser geográfico, se me hizo evidente el ultraculturalismo de una obra que ve patterns por todas partes y trata de unas células culturales intemporales lo que da lugar a una expulsión de la historia y del espacio y a que se prescinda de la economía y de la complejidad social. Una misma tribu, en un espacio banal, una memoria intemporal, una sociedad sin clases. Pronto señalaron los antropólogos que la autora había utilizado técnicas aptas para pequeñas sociedades y poblaciones relativamente indiferenciadas para su estudio de la compleja sociedad japonesa. Desde Japón y antes de que el libro se tradujera al japonés, Kazuko Tsurumi le reprochó a Benedict haber tomado una cultura de clase por la cultura de todo un pueblo, un momento excepcional en la historia del país por una norma permanente de comportamiento social, sin atender a los procesos sociales del cambio del feudalismo al capitalismo.

Desde entonces las críticas se han sucedido y realimentado, alguna con intención devastadora. Pero como bien señala Sonia Ryang que propone, a mi juicio, la mejor recopilación de las opiniones favorables y desfavorables, el libro de Benedict sigue, a pesar de la críticas recibidas, gozando de buena salud y dando lugar al debate: traducido al japonés en 1984, se vendieron en el año más de un millón de ejemplares y a principios de este siglo se acercaban las ventas a los dos millones y medio.

Clifford Geertz señaló pronto que Crisantemo es un libro tanto sobre los americanos como sobre los japoneses, y que el secreto retórico de su atractivo consiste en su capacidad de crear “un imaginario de estar allí” (al mismo tiempo que permite mantener una buena conciencia del “aquí”, en suma que provoca una inversión de la percepción. Es cierto, pero eso no deja de ser una visión occidental, porque como bien dice Ryang, los japoneses no lo ven así. Benedict admite que au propósito es hacer una comparación de culturas, y que el estudio sistemático de las diferencias nacionales requiere tanta generosidad como dureza. Si Edward Said en Orientalismo hablaba de Europa, Crisantemo se refiere tanto a Estados Unidos como a Japón.

Una de la líneas críticas más demoledoras dirigidas al Crisantemo es la que propuso en 1980 C. Douglas Lummis, un exmarine y antiguo estudiante de Berkeley convertido en politólogo, profesor en una institución universitaria de Tokio; Lummis ha reelaborado su crítica en sucesivas versiones, la última hasta donde yo se con el título de Ruth Benedict’s Obituary for Japanese Culture. En ella mantiene la tesis de que en realidad la autora estaba haciendo una elegía mortuoria por una cultura en trance de desaparición.

Pero Lummis va mucho más lejos: la antropóloga, al presentar al Japón derrotado como una cultura de la vergüenza frente a todos y en particular frente a los vencedores, negaría de hecho a los japoneses la capacidad de liberarse, como si tuvieran que redimirse mediante la importación de la otra cultura. Lo que contrastaría con unos norteamericanos que necesitan sentirse libres tanto como respirar. Lummis lee el libro en clave política, entiende que lo que Ruth Benedict tomó por cultura japonesa es simplemente la ideología estatal, la tradición nacional inventada de la época Meiji, que es la que le habrían transmitido a sus informantes. En particular el llamado Hashima, nacido en USA, educado en el Japón militarista de las primeros decenios de siglo, y vuelto a América al estallar la guerra. Lummis ha encontrado en el archivo del Vassar College las notas de la entrevista, las ha confrontado con el propio Hashima en Tokio y ha reconstruido la historia de la mistificación.  En 1943 Hashima le contó a Benedict lo que él había aprendido en los libros de texto de la etapa militarista y colonial, plagados de ideología y de construcción identitaria, con predominio de la ética del samurái (bushido); una reconstrucción de una tradición inmutable, en la que no tienen cabida las ideas de democracia y de rebelión. Y ya lanzado, Lummis da una vuelta más de tuerca, y acusa a Benedict de traición a sus anteriores ideales pacifistas e incluso de racismo soterrado, puesto que su interpretación de Alemania dista mucho de ser la misma que para Japón: los alemanes no se consideran “deudores del mundo” y de las edades, y se rebelan a cada nueva generación. Y es el crisantemo, que la jardinería japonesa sojuzga, el que expresaría mejor que la espada la visión benedictiana de la cultura japonesa.

Más templadas son las críticas de Jennifer Robertson y de Sonia Ryang con las que termino esta revisión. Para Robertson el mayor problema de Crisantemo es que su forma de reunir materiales diversos y de confundir pasado con presente le lleva a una interpretación janusiana de un Japón de doble personalidad. En realidad, según esta autora, el Japón de Benedict llega a ser demasiado fácil, demasiado sencillo: una vez escrutadas sus claves, los japoneses serían transparentes. En cuanto a Ryang, rechaza de plano la idea de Lummis de la elegía por la cultura japonesa, más bien al contrario, piensa que el libro de Benedict por su misma lógica habría contribuido a “una” reconstrucción cultural de Japón. Y añade algo que probablemente tenga que ver con su ascendencia coreana, y es que los grandes olvidados resultan ser los países sojuzgados por el imperialismo japonés, que combatieron a los americanos a las órdenes de Japón. Al no advertir los procesos inherentes a la construcción colonial, Ruth Benedict habría propiciado la evasión de responsabilidades por parte de los japoneses en la postguerra y sumido en el silencio el sufrimiento de los colonizados.

El crisantemo y la espada y su saga de críticas han nutrido pues copiosamente lo que los japoneses llaman  nihonjinron, teorías y discursos sobre ellos mismos, sobre su singularidad. En la última y reciente edición de su libro ya clásico sobre la sociedad japonesa, Yoshio Sogimoto establece los ciclos de consideraciones  más optimistas (el milagro japonés, por ejemplo) y las más pesimistas (el estallido de la burbuja), estando ahora en una momento de recuperación, con esa “especie de capitalismo cultural”, que suponen, y cito, el manga, el anime, el sushi, el sasime, el Cool Japan, sin mencionar al gato galáctico, Doraemon, y su amo Novita tan vago como irresponsable, a quienes los niños adoran. Poco nos puede llamar a los españoles todo ello la atención cuando llevamos un siglo tan habituados al –y tan hartos del- dilema orteguiano, la cuestión del ser de España. Cuando parecía que se había borrado algo, gracias a tantos historiadores contemporáneos, que nos habían acostumbrado a vernos como los demás, la crisis nos ha devuelto a las reflexiones esencialistas.

Termino este post ya demasiado largo. Es curioso que el debate sobre Crisantemo se circunscriba casi enteramente a los foros y círculos japoneses y en lengua inglesa. Los latinos parecen más inmunes. Sirvan de prueba El imperio de los signos de Roland Barthes, el ya citado de Lévi-Strauss, y también los libros de Augustin Berque sobre quien tendré que hablar en otra ocasión por la atribución que hace a Japón de los orígenes del paisaje. La mirada hacia Japón de Lévi-Strauss, es aparentemente más modesta ya que partiendo de que las culturas son por naturaleza inconmensurables, y de que cualquiera de ellas vista desde fuera solo permite un conocimiento mutilado, insiste en la relación de simetría entre Japón y Europa, eso sí una simetría inversa, todo tiene su réplica pero al revés como en un juego de espejos. Parecería desde luego que en Occidente los estilos de vida y los modos de producción se habrían ido sucediendo mientras que en Japón coexistirían entre otras cosas por la asombrosa capacidad que tienen los japoneses de sintetizar, asimilar y filtrar los préstamos culturales, para alternar sincretismo y originalidad. Es igualmente cierto que las principales diferencias entre el pensamiento oriental y el occidental estriban en que el primero niega el sujeto, lo pone al final, el lugar último en que se reflejan las pertenencias, y rechaza también el discurso, la adecuación del discurso a lo real. Pero con ello y con todo lo principal es que Japón es a la postre la imagen simétrica de nosotros mismos porque los problemas que unos y otros nos planteamos son los mismos.

Por cierto, ya lo había dicho el jesuita portugués Luis Frois cuatrocientos años antes, al que Lévi Strauss no duda en calificar de “primer descubridor del Japón”. Eso también nos lo descubrió Beatriz Marco a Neus y a mí. En su Tratado sobre las contradicciones y diferencias de costumbres entre los europeos y los japoneses de 1585, cuyo manuscrito se conserva en la Academia de la Historia, Frois insiste en que los japoneses hacen muchas cosas de forma exactamente contraria a la que los europeos juzgan naturales y convenientes; la contradicciones son inversiones y Frois se cuida de no establecer ningún juicio universal y moral, salvo constatar que “el mundo es del todo al revés” y que parece mentira que haya tanta contradicción en las costumbres siendo los japoneses gente de tanto “civismo, viveza de ingenio y saber natural”.  Y tomando las ideas de él, el segundo descubridor de Japón para Europa, Basil Hall Chamberlain en sus Things of Japan llama a una de sus entradas sobre esas cosas y las diferencias culturales con las Europas, topsy-turvydom.

Bibliografía

Benedict, Ruth: El crisantemo y la espada. Patrones de cultura japonesa, Madrid, Alianza Editorial, Biblioteca de bolsillo, 1ª edición 1974. 3ª edición 2011.

Davies, Roger J. T Ikeno, Osamu (eds.): The Japanese mind, Understanding Contemporary culture, Tokio, Rutland Vermont, Singapore, Tuttle Publishing, 2002

Frois, Luis: Tratado sobre las contradicciones y diferencias de costumbres entre los europeos y los japoneses (1585), Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2003.

Levi-Strauss, Claude: L’autre face de la lune. Ecrits sur le Japon, Seuil, La librairie du XXIème siècle 2012, Edición española, RBA, 2013

Lummis, C. Douglas: Rethinking The Chrysantemum and the Sword, en Ikeda Masayuki, 1982, Versión on line: Ruth Benedict’s obituary for Japanese Culture, The Asia-Pacific Journal: Japan Focus.

Yoshio Sugimoto: An introduction to Japanese society, Cambridge University Press, primera edición 1997, tercera edición 2010

Ruang, Sonia: Chrysantemum Strange life: Ruth Benedict in postwar Japan, Japan Policy Research Institute, Occasional Paper 32, Julio 2004.

Tanikazi: El elogio de la sombra, Ediciones Siruela, Biblioteca de Ensayo, 1993. (primera edición en japonés, 1933).

Kaziko Tsurumi, The adventure of ideas. A Collection of Essays on Patterns of Creativity & A Theory of Endogenous Development, H-net Books in line, 2014.

El crisantemo y la espada

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